domingo, 3 de junio de 2007

La joven no era más que una sombra negra alargada. Estaba sentada con tranquilidad en un banco del parque. Fumaba un cigarrillo. Una mujer la miró con desaprobación. Llevaba mirándola toda la tarde. Esa tarde no había tenido mucho trabajo, había tenido tiempo de fumar un par de cajetillas de tabaco.

La mujer se acercó a ella. Después de pensárselo un instante se sentó junto a ella. Ella estaba relajada y a la vez expectante. Tenía cierta curiosidad.

La mujer comenzó a hablar. Ella había oído mil veces los mismos rollos, pero aceptó el discurso con una sonrisa. La verdad es que había empezado a aburrirse y la mujer era tan aburrida que podía ser un agradable entretenimiento. Oía el murmullo de sus palabras en su cabeza. Ni siquiera se molestaba en escucharla, era mejor así. De repente en medio de la verborrea anti-tabaco el busca sonó. Aunque le pesó, debía admitir que se alegraba de poder hacer algo. Miró el busca, lo apagó.

–Todo el día con el aparatito a cuestas, es un calvario. ¿A qué se dedica, joven? –preguntó tremendamente interesada.

–Lo mío es el transito.

–¿Trabaja para Tráfico?

–No. Lo mío son los fallecimientos, las mortalidades, los óbitos, las defunciones,... el transito.

–Trabaja en una funeraria.

–No. Soy la Muerte –se envolvió en su capa invisible y desapareció ante los ojos de la aterrorizada mujer.

viernes, 1 de junio de 2007

En la niebla (12 y último)

Duncan se despertó solo en la cama. Había sido un sueño. Ella no estaba allí. Pero de todos modos había sido un hermoso sueño.

Había soñado que ella había aparecido de repente en la fiesta con un vestido negro, largo, sencillo. Simplemente preciosa. Realmente hermosa. Se había acercado a él y le había besado ligeramente en la comisura de los labios y le había salvado de Maggie, tomándole del brazo y sacándole de allí.

Y después, en su sueño, habían llegado hasta su apartamento y habían compartido la cama. Había sido suave, pausado y al mismo tiempo apasionado. Los recuerdos de su sueño eran muy vividos… recordaba su olor, su sabor, el sonido de su voz…

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, necesitaba un café para despertarse. Se sirvió una taza de café, y con la taza en la mano fue a por el CD de música, lo había dejado sobre la mesa en el despacho. Sacó el librito que acompañaba el CD, pasó las páginas buscando encontrar la letra de Denise. Una sonrisa apareció en sus labios, algo triste, quizás, al reconocer la letra de su padre: “Nunca olvides de dónde viniste, ni adónde vas.” Típico de su padre.

Siguió pasando hojas, y encontró la letra de Denise junto a Od Yeshoma: “Algunas veces, la única manera de encontrarnos a nosotros mismos, de encontrar nuestro camino, de encontrar nuestro lugar... es perdernos en un bosque oscuro, en un desierto, en una fuerte fiebre o en una densa niebla que nos impida volar”.

¿Qué quería decirle ella con eso? Había habido una niebla entre ellos. Aquella frase que le había acompañado toda la noche sin poder evitarlo se colocó en su lugar, en su contexto al volver a leer aquella frase “… perdernos en un bosque oscuro, en un desierto, en una fuerte fiebre…” La fiebre... Lo había olvidado. Shangai, la tercera noche…

Denise tenía cuarenta de fiebre, no dejaba de dar vueltas en la cama, y de repente se había levantado y se había plantado ante él, desnuda, no dejaba de tiritar y eso a pesar de que estaba ardiendo. La había cubierto con una manta y devuelto a la cama. Había intentado ir a llamar al médico, y volver a su “exilio” fuera de aquella habitación, pero ella no le había dejado marcharse, y optó por sentarse en el sillón tras haber conseguido que se tomara las medicinas que el médico le había recetado por si le subía la fiebre.

No dejaba de delirar. Decía cosas sin sentido, llamaba a su madre, a su padre, a Liam. A veces parecía como si hablara con ellos, como si pudiera verles porque los tuviera delante.

Intentó irse, iba a levantarse para ir a llamar al médico cuando en medio de aquel delirio había pronunciado su nombre—: Duncan —¿habría notado que se iba? ¿Estaba llamándole? Se acercó a la cabecera de la cama. Ella hablaba, no dejaba de hablar, pero Duncan no entendía nada de lo que decía, hablaba demasiado deprisa y el tono de voz era apenas audible—: Sed —dijo Denise con claridad. Estaba sudando mucho. Duncan le cambió el paño húmedo que tenía en la frente. Se secó las manos en la toalla y fue a por un zumo a la nevera.

—¿Quieres un poco de zumo? —le tendió el vaso y esperó que Denise se incorporase para poder beber.

Denise se levantó, él le acercó el brazo, y Denise puso las manos sobre la suya y bebió sin dejarle soltar el vaso. Tenía sed, bebía rápido y parte del zumo manchó su cuello. Duncan mojó la toalla en la palangana y se la ofreció a Denise que le miraba sin comprender. Duncan se rindió, se sentó en la cama junto a ella, le apartó el pelo de la cara, y limpió el zumo que goteaba por su barbilla y su cuello.

—Me gustas —murmuró ella, y sin más le besó en los labios. Él se apartó. Ella estaba enferma, estaba claro que no sabía lo que decía… Se sentía aturdido. Ella le miró con sus profundos ojos oscuros y le preguntó—: ¿No te apetezco? Si...

—“¿No te apetezco? Si la noche me ha llevado hasta los pliegues de tu voz…” —repitió para sí en voz alta.

—Recuerdo la fiebre, y una neblina que lo cubría todo. Recuerdo haber sentido tus manos sobre mis hombros tapándome con una manta, y como me llevaste a la cama. Yo tenía tanto miedo de morir, de quedarme sola y que la muerte me llevase a su lado que te agarré la mano y te quedaste conmigo el resto de la noche. Te dije algo, no recuerdo qué… y entonces me lo dijiste. Es lo que recuerdo. Lo recuerdo claramente. Lo dijiste en mi oído, me abrazabas y me dabas friegas para que entrara en calor —dijo una voz femenina sacándole de su letargo, Duncan se la quedó mirando alucinado, estaba apoyada en el quicio de la puerta, observándole con una taza de café entre las manos.

—¿Llevas mucho tiempo despierta?

—No. He hecho café y aproveché para darme una ducha.

—Pensé que te había soñado —se levantó y se acercó a ella, tomó la taza de café de entre sus manos y le dio un sorbo—. Con tu vestido negro, sacándome de la fiesta.

—¿Vestido? Lo llevé en Hanoi. La noche que enfermé. Pero era rojo. No estoy viuda, Duncan.

—Pero estás aquí —la tomó de la barbilla y la besó—... no lo recuerdas bien… —acercó los labios a su oreja y susurró—: ¿No te apetezco? Si la noche me ha llevado hasta los pliegues de tu voz…

Denise sonrió.