domingo, 21 de agosto de 2016

Haan y Magda Beijing



La luz que entraba por la ventana iluminaba su rodilla. Era el único pedazo de su piel que no estaba tapado por las sábanas. Se levantó de la cama, se pasó la mano por el pelo, aún seguía medio dormida. Se había despertado hacía al menos una hora, pero no se había levantado de la cama, le gustaba quedarse quieta junto a su cuerpo y notarlo junto al suyo.
Él se había despertado mucho antes, hacía demasiado tiempo que no conseguía dormir, aunque fingía para que ella no se preocupase. Con ella a su lado conseguía descansar su cuerpo, aunque no su cabeza. Su cabeza no quería dejarse vencer. Se había pasado casi toda la noche mirándola mientras dormía. Tenía la piel muy blanca, aún era invierno. Tenía toda la piel blanca, tan blanca que parecía hecha de porcelana. Al amanecer su piel se iluminaba con la tenue luz que se filtraba por las rendijas de las contraventanas.
A él le gustaba el color de sus ojos. Era lo único que odiaba de que ella durmiese, para dormir cerraba sus ojos. Tenía unos ojos claros y a la vez oscuros. Castaños, brillantes, claros, eran sorprendentes, de color arena. Tenía ojos de color de playa. Le gustaba cuando ella le miraba. Porque le miraba como si estuviera explorándole. Como si quisiera a la vez conocerle y conquistarle. Quería poseerle. Del mismo modo que se poseían, cuando hacían el amor. Profundamente, sin miramientos. Sin nada más que ellos sin desvíos, nada más que gritos, susurros y murmullos.
En aquellos momentos no importaba nada, nada que ocurriera fuera de aquella habitación. El resto del mundo desaparecía. Fuera de aquella habitación no había nada. El mundo había muerto y todos sus habitantes con él.
Abrió los ojos.
—¿Por qué no te quedas?
—Tengo clase a primera hora, con el profesor Hsu.
—Te llevo en coche.
—Yun me recogerá —extendió la mano hacia la luz. Tenía que ir a ver a la doctora por la tarde—, no te preocupes.
—¿Te duele?
Magda asintió. Se había roto la mano de la forma más tonta, se le había caído la plancha en la mano al abrir el armario y le había roto un par de huesos. Estaba casi curada, pero aún le costaba moverla. Y dolía.
Haan fue a su nevera, la abrió, pero no había ninguna sorpresa. Sólo le quedaban un par de manzanas, debía ir a hacer la compra. Con la quimio había perdido el gusto, casi todo le sabía a medicina, o a nada. Las manzanas eran de las pocas cosas que le sabían a algo.
Cogió una de las manzanas y se la ofreció a Magda, no la soltó y dejó que ella la mordiera. Magda mordió de la manzana, desnuda, sentada en la cama, la manzana que él sujetaba en la palma de la mano, de pie, junto a ella, desnudo.  

Haan abotonó uno a uno los botones de la camisa. Cogió el pantalón, lo dejó en el suelo y esperó mientras Magda metía los pies en las perneras e intentó subírselas con una sola mano, le costó, lo logró pegando tirones. Pero no podía abotonarlos. Haan subió la cremallera y abotonó el pantalón.
—¿Por qué no te quedas? —preguntó Haan, con su chaqueta de la mano.
—Tengo clase —deseaba quedarse,… pero no podía hacerlo.
—Olvídala.
—Mi profesor es un hombre muy exigente. Se dará cuenta de que no estoy. No puedo faltar ni un día más a clase —había faltado demasiado por aquel estúpido accidente. .
—Tienes una causa justificada —sabía que Magda no iba a cambiar de opinión, el accidente le había hecho faltar a muchas clases—. Bueno, ¿volverás esta noche?
—Tengo un examen mañana, tengo que estudiar.
—¿De qué?
—Con el profesor Hsu. Tengo que impresionarle con mis conocimientos.
—Bueno… —se rindió, le habría gustado estar con ella esa noche—, tenemos un problema.
—¿Qué pasa?
—Nos olvidamos de algo —Haan cogió el sujetador que estaba colgado en la cabecera de la cama con la punta de los dedos. 
Magda levantó los brazos y Haan metió la mano en el pantalón y tiró de los faldones.
—No quiero llegar tarde —murmuró en el oído de Haan.
—Estudias demasiado —desabotonó los botones superiores de la camisa, los justos para sacarle la camisa por la cabeza. Le puso el sujetador, pasó los tirantes por sus brazos y los subió por sus hombros y lo abrochó a su espalda. Se colocó a su espalda, y metió la mano por debajo del sujetador, colocando un pecho en cada una de las copas. Era un gesto de coquetería, pero se sentía obligado a hacerlo.
—Si sigues tocándome así, tendrás que desnudarme.
—Tienes clase —murmuró Haan en su oreja. Le gustaba tenerla tan cerca de él.
Haaan le ayudó a ponerse la camisa, y después la chaqueta.
Parecía tan triste porque ella se iba que Magda no pudo evitar abrazarle, sin poner la mano izquierda sobre su espalda. Había cometido ese error una vez y había acabado aullando de dolor. Haan la besó, odiaba despedirse. Más aún en la puerta, se sentía como una amante despidiendo a su amante casado, justo antes de que este volviese a su casa con su mujer y sus hijos.
—¿Magda? ¿Tienes hijos?  
—Sólo uno, y no come mucho —bromeó. No entendía a qué venía esa sonrisa triste, ¿se sentía quizás abandonado?—. ¿Puedo venir mañana? —a veces sus agendas no coincidían.
—Tendré trabajo.
—¿Y pasado?
—Mejor el lunes.
—¿5 días?
—Tengo una conferencia este fin de semana en Sinchuan. Te lo dije.
—¿Ya? Es muy pronto.
Magda salió de la casa. Cerrando la puerta tras de sí. Caminó por el largo pasillo hasta las escaleras. Las bajó corriendo, pero intentando no hacer demasiado ruido. Salió al patio, atravesó la explanada y llegó hasta la moto, se puso el casco con una sola mano. Sabía que Haan no estaría mirando, pero se dio la vuelta para mirar su ventana. Esperó durante un buen rato. Yuu se estaba retrasando.
Haan se vistió, a su pesar él también tenía cosas que hacer. Esperaba escuchar el ruido de la moto de Magda al arrancar. La mañana era silenciosa, extrañamente silenciosa. Oyó el ruido de una puerta al abrirse. Una voz decía «lo siento». Pasados unos segundos el ruido del motor de la moto al arrancar y Magda se había ido. Y a pesar de todo, Haan sabía lo de Yuu.
Yuu había salido tarde, normalmente era él quien esperaba a Magda, pero aquella mañana se había quedado dormido. Se había vestido a toda prisa y había bajado corriendo las escaleras. Atravesó corriendo el patio al verla ya sentada esperando en la moto. Cogió el caso que Magda le tendía y se lo puso, se sentó delante de Magda y encendió el motor. Gritó un «lo siento» que el ruido del motor ahogó. Magda se abrazó a él con fuerza y se fueron. 

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