jueves, 22 de marzo de 2007

Inspiración

"La lectora" de Henner

lunes, 19 de marzo de 2007

En la niebla (7)

Denise miraba el techo. No podía dormir, estaba físicamente extenuada y pletórica al mismo tiempo. Nunca se había sentido así y eso la preocupaba ¿qué era lo que había hecho? ¿Por qué lo había hecho?

Se giró, a su lado aunque no muy cerca, lo suficiente para saber que estaba desnudo y sentir el olor embriagador de su piel, dormía Duncan. Cerró los ojos intentando dormir, pero cada vez que los cerraba una sensación volvía a su cabeza, la de sus manos recorriéndola entera, la de su piel rozándola, la de su lengua recorriendo su cuello…

No había dejado un milímetro de piel libre sin conquistar. No la había dejado parar ni un segundo, la había devorado, destrozado,… Había sido un par de horas antes, y aún así, le costaba pensar.

Se sentó en la cama y dejó caer la chaqueta del pijama, se quedó desnuda, con las manos acariciando su piel, preguntándose de nuevo porqué había pasado todo aquello. La piel le latía, y sabía que olía a él. Levantó una de las manos a la altura frente a los ojos, la acercó a la nariz, olía a él, a ese tabaco que fumaba, a su saliva… la había lamido entera… a su sudor, nunca antes había sentido algo así, él la había cubierto por completo con su cuerpo, piel contra piel, poro contra poro.

Acercó la punta de la lengua a uno de los dedos… sí, era así como sabía, a esa mezcla de colonia, tabaco, y sudor que la había envuelto por completo. Ella también había lamido su cuello, su pecho y había bajado hasta su abdomen, pero él no le había dejado llegar más abajo, la había frenado en seco.

Ella sabía que a los hombres les gustaba… pero la verdad era que a Denise no le gustaba hacerlo. A Liam le encantaba, y ella se sacrificaba para complacerle. Pero Duncan no le había dejado, la había apartado y había sido él quien había bajado con su lengua, lentamente por su cuello, apenas había rozado sus sensibles pechos, se había limitado a rodearlos y había bajado hasta su pubis y allí se había detenido, proporcionándole un placer inmenso.

Se fijó en el brillo del móvil sobre la mesita de noche, lo abrió y vio que había varios avisos de llamada. Liam había llamado doce veces. Cogió el móvil, y fue al salón para hablar con él, necesitaba escuchar su voz, quizás dijese algo que aclarase su confusa cabeza.

—Liam… —se quedó muda sin saber que más decirle, pero a él no pareció importarle.

—Nissi… Duncan me dijo que os habéis quedado bloqueados por la niebla.

—Eso parece. ¿Le despertaste?

—Quería hablar contigo. ¿Qué haces?

—Estoy sentada en el sofá de la suite, hablando contigo.

—No parece que tengas muchas ganas de hablar.

—Tú tampoco.

—¿Sigues enfadada por eso? Estabas…

—No estoy enfadada. Duncan cuidó muy bien de mí.

—Se comporta como un padre.

—¿Cómo un padre —le corrigió distraídamente, no le estaba escuchando—,… no. Como un buen amante.

—¿Amante? No me hagas reír. Es viejísimo.

—Pues hace dos horas no lo parecía, te lo puedo asegurar.

—Estás de broma. ¿Le has visto hacer mil flexiones o qué?

—O que... Tengo algo de sueño —colgó el teléfono sin esperar respuesta.

...

—¿Te arrepientes? —su voz sonaba aún más profunda en esa neblina oscura. Denise se abrazaba a si misma, miraba algo fijamente al otro lado de la ventana, nada que Duncan pudiese identificar con claridad.

—Sí, no. No lo sé…

Un pequeño sollozo le hizo darse cuenta de que Denise estaba llorando, y se sintió en la necesidad de borrar todo aquello… era culpa suya, él no…

—No debí…

—No debiste, y yo tampoco. Yo era feliz, todo era sencillo, fácil, ¿Por qué me has complicado la vida? ¡Joder!

—¿Complicado la vida? Olvida lo que ha pasado. Nadie lo sabrá por mí.

—¡IMBÉCIL!

—¿Qué?

—No entiendes nada. No quiero olvidarlo.

Duncan se quedó mudo, sin saber que decir. De todo lo que ella podía haber dicho era eso lo único que podía dejarle atónito. Había jugado sus cartas aquella noche quizás por vanidad, quizás por venganza,... Liam pretendía hacerle perder el control de la compañía que se encontraba en su poder desde la jubilación de Max. Liam le consideraba “demasiado viejo y timorato”.

Duncan conocía el mundo de los negocios, pero entre Max y él siempre había existido un pacto de honor, un “pacto entre ladrones” como solía decir socarronamente Max, y ese pacto Liam lo había roto del peor modo posible.

Había tenido una aclaradora conversación telefónica con Max. Sabía que Duncan conocía a la perfección los planes de su hijo y le recordó aquel “pacto entre ladrones” para conseguir la absolución de su vástago. Le dio su palabra, pero en el fondo de su corazón sabía que necesitaba una compensación, una pequeña venganza.

Le había hecho hasta gracia, llevaba tiempo coqueteando con la idea de dejar la empresa, y había aparecido ella. Pequeña, con aquella voz suave, esos ojos grandes que siempre le habían parecido profundamente tristes y ese ligero aroma a violeta.

—Debí pedir que me cambiaran la habitación.

—¿Esta tarde?

—Esta tarde, ayer, anoche… ¡qué más da!

—¿Te arrepientes?

—De meterte mano, de dormir contigo, de verte desnuda, de tenerte entre mis brazos, de…

—¿Llamamos a Superman? Creo que es capaz de volver atrás el tiempo —su voz rezumaba sarcasmo, al mismo tiempo que sus ojos inundados de lagrimas intentaban detener el torrente que se avecinaba.

Duncan la dejó llorar, aunque le partía el alma que estuviese así por su culpa, aguantó hasta que no pudo más y puso la mano sobre su espalda, bajando suavemente por ella. Un ligero susurro en su oído—: ¿Te sientes bien, Denise? —ella asintió con la cabeza aunque no estaba muy segura de que fuera verdad—. Mientes fatal —dijo con una sonrisa. Ella notó la sonrisa en su cuello, estaba tan cerca que sentía sus labios rozándole la piel —. Sólo es sexo. No es nada especial.

—¿Nada especial?

—Sólo dos seres adultos dándose placer. Vamos a la cama, prometo no violarte.

Ella esbozó una sonrisa y le siguió a la cama, necesitaba descansar. Ya vería las cosas diferentes, con más claridad, por la mañana.

En la niebla (6)

El teléfono despertó a Duncan, le costó un poco situarse, estaba en Hong Kong, en una suite, en un hotel cerca del aeropuerto, con Denise, la mujer de su socio. Dormía en aquella inmensa cama, y una de sus manos estaba sobre el pecho de Denise, ella parecía dormida. Notaba a través de la tela de la chaqueta de aquel pijama, que por alguna extraña razón ella se había empeñado en ponerse, el suave latido de su corazón.

Silencio. Iba a volver a la cama cuando la melodía de su móvil volvió a sonar, pudo oír como estaba vibrando sobre la mesita de cristal, junto al sofá. Contestó al teléfono y escuchó la voz de su joven socio—: Duncan, recibí tu mensaje. ¿Qué ha pasado?

—Niebla. Estamos atascados en… el hotel… ni idea... está junto al aeropuerto.

—He llamado a Denise, ¿puedes avisarla? Se ha dejado el móvil apagado. Y eso que le digo que se lo deje encen…

—Son las 3 y 26 —le interrumpió. En momentos como aquel realmente pensaba que Liam era imbécil—… de la madrugada, Liam.

—Perdona. No recordé la diferencia horaria.

Duncan se quedó callado. Encendió un cigarrillo mientras esperaba que Liam dijese lo que realmente quería decirle. Esperaba mil excusas que le justificaran.

—¿Te he despertado? —Liam se acobardó. Su padre le había dicho alguna vez que Duncan no tenía muy buen despertar. No sabía por donde salir, así que lo intentó a la desesperada—… ¿Qué tal está Denise? He llamado a su teléfono pero debe estar apagado.

—Tranquilo, me comporté, no la he esclavizado. Se encontró con una vieja amiga así que, PERMITÍ que bajara a cenar con ella —no sabía si esa conversación, cada vez más ilógica y absurda, le divertía o le aburría.

—¿Una vieja amiga?

—Sí. Maya no sé qué…

—No conozco a ninguna Maya —se quedó callado un momento antes de volver machaconamente al tema anterior—. No la entiendo… le digo que se deje el móvil encendido, que tiene que estar localizable y lo apaga.

—Está claro que es más lista que yo —murmuró sin preocuparse demasiado por si Liam le había escuchado o no—. Me voy a dormir. Llama mañana.

—Dile a Denise que encienda el móvil.

La vena sádica de Duncan se encendió del todo—: Tanaka está alojado también en este hotel.

—¿Tanaka?

—Sí, Patrick Tanaka, os conocisteis el año pasado, en Shanxi, ibas con tu mujer. O eso le entendí. Por cierto ¿cómo sigue tu brazo?

—Llamaré mañana —y colgó.

—¿Liam? —un gruñido precedió a la figura somnolienta que apareció en el marco de la puerta.

—No.

—¿Nos vamos?

—Era Sandra, mi secretaria, que no conoce eso de los husos horarios. Vuelve a la cama.

Denise se quedó plantada junto al sofá—: Era Liam. ¿Por qué no me pasaste el teléfono?

—¿Y cómo se lo explico? “Hola Liam, sí, tu mujer está aquí conmigo, deja que saque la polla de entre sus piernas y te paso el teléfono. No te preocupes, hemos usado protección.” Debería dormir en el sofá —se sintió como un imbécil.

—Es incómodo. Ven a la cama, es grande.

—Estoy cansado.

—Prometo no violarte. Vamos… —tiró suavemente de su mano haciéndole entrar en el dormitorio. Denise se echó a un lado y dejó que Duncan se echara en el otro—… es grande, no me tienes ni… que rozar…

domingo, 18 de marzo de 2007

En la niebla (5)

Duncan se levantó de la cama, necesitaba alejarse un poco. Sacó un cigarrillo y se puso a mirar las pequeñas luces que se distinguían entre la maldita niebla. En una de esas luces habían pasado tres días. En el piso 13 del hotel Intercontinental.

Duncan en realidad no miraba a ninguna parte, estaba sumido en sus pensamientos. Aquella maldita niebla que les había retenido en aquel país más de lo que él habría deseado ya no le resultaba tan maldita…

…La compañía aérea les había buscado alojamiento en aquel hotel cerca del aeropuerto, una suite a nombre del señor y la señora Black. Una gran cama de matrimonio, un gran sofá en el qué él había decidido dormir, un baño con una gran bañera, un minibar bien surtido, un equipo de música y televisión y unas vistas espectaculares, cuando la niebla lo permitía, al otro lado de los grandes ventanales.

El sofá en realidad parecía algo pequeño para él, y no tenía pinta de ser demasiado cómodo, pero no podía dejar que Denise durmiese allí. Aun no se encontraba del todo recuperada de aquel “amago” de neumonía asiática que les había retrasado casi una semana.

En realidad se sentía culpable. No había dejado de echarle en cara a Denise la cantidad de quebraderos de cabeza que su enfermedad les había provocado. Denise se había puesto enferma nada más llegar a Shangai, y aunque ya en Hanoi su cara estaba demasiado pálida, él había preferido fingir que no se había dado cuenta. Y como una especie de castigo del destino o de reajuste del Karma no había podido trabajar. Había estado tres días inactivo encerrado en el hotel, sin poder salir de su habitación, porque el doctor Zhang temía que los síntomas de Denise se correspondieran con los de la neumonía asiática.

Al final todo había quedado en un susto. No era más que un catarro agravado por el cansancio. Pero para él habían sido cinco días de retraso, y había tardado medio día en cuadrar la agenda. Estaba tan furioso que estuvo a punto de enviarla de vuelta a Londres en el primer avión.

Duncan soltó una carcajada al recordarlo. Se había pasado cinco días ignorándola, no le había dirigido la palabra hasta la firma del contrato con la compañía de Smith, y después de eso, cuando se encontraban en el aeropuerto dispuestos a tomar el avión que les llevaría por fin a Londres… había llegado la niebla y se habían encontrado encerrados en la misma habitación de hotel. Todo porque alguien había creído que el señor Duncan Black y la señora de William Black estaban casados. Tenía que ser cosa del Karma.

Había bajado al restaurante sin esperarla y media hora más tarde la vio entrar acompañada de una mujer más alta que ella, pelirroja, elegante, con una mirada azulada y distante como el vestido que llevaba. A su lado Denise parecía aún más discreta, con sus pantalones vaqueros y su jersey negro de cuello vuelto, subida en sus botas de tacón alto. Ella pareció buscarle con la mirada, pero no le encontró, o quizás no quiso encontrarle y se sentó con aquella mujer a la que parecía conocer muy bien por lo animadamente que charlaban.

Duncan se había sentado junto a la ventana, le gustaba mirar el paisaje al otro lado, aunque en una noche como aquella perdía su sentido, disfrutaba de una copa de vino blanco y del salmón.

—¿Señor Black? —aquella voz de hombre con un ligero acento americano…

—Señor Tanaka —señaló la silla vacía que tenía frente a él, no había necesitado levantar la mirada para reconocerle—. No esperaba verle aquí.

—Tuve que retrasar mi viaje y aquí estoy.

—Creí que tenía un apartamento en la ciudad.

—Vivo demasiado lejos del aeropuerto, así que la compañía me alojó en este hotel. ¿Le molesto?

—No. Si hace el favor de acompañarme me hará un gran favor —miró distraídamente a la mesa de Denise—. La señora Black está cenando con una vieja amiga.

—Ya he cenado, pero gracias. No sabía que estaba casado.

—No, es la mujer de mi socio —se sintió obligado a explicarse—: Liam iba a hacer el viaje, pero tuvo un accidente con la moto y se rompió una mano.

—Conocí a su socio y a su mujer —hizo memoria—… Greta, hace un año en Shanxi. Una mujer preciosa…


—¿Sigues enfadado? —preguntó su suave voz sacándole del ensueño.

Duncan se giró sorprendido. No sabía a qué se refería—: ¿Enfadado? ¿Por qué?

—Antes…

—Antes… —repitió mecánicamente—… Has vuelto a poner música.

Don't need another resolution to feel
As though I'm going somewhere, somewhere


—¿Te molesta?

—¿Esta vez no quieres que te diga lo que dice?

—Claro.

—No puedo… Desde aquí no leo el librito que viene con el CD.

Ella se quedó un segundo mirándole sin saber a qué se refería, y de repente se acordó, cuando él había entrado ella tenía el librito en la mano y lo había dejado abierto sobre la mesa. Justo delante de donde él había estado sentado. Esbozó una suave sonrisa—: ¿Y te gusta?

—Sí, me trae recuerdos de mi casa, cuando era pequeño. ¿Por qué me miras así?

—Me cuesta imaginarte pequeño —cogió su mano sin permiso y puso palma contra palma para comparar la diferencia de tamaño entre las manos grandes de él y las pequeñas manos de ella.

—Soy judío.

—Lo sé.

—¿Liam?

—Sí, no —se quedó callada un momento antes de explicarse—. Cuando me lo dijo ya lo sabía.

—¿Lo sabías?

—¿Oyes la voz del hombre?

—Sí. Es el kol nidré.

—Es lo mismo que sonaba aquella vez.

“Kol nidré, Yom Kippur…” se hizo la luz. Había ido a la sinagoga en Yom Kippur por primera vez, después de muchos años, tras la muerte de su padre, no sabía porqué. ¿Culpa quizás?

—Fui con Max —Duncan la miró sin entender. Max… su amigo Max, el padre de Liam, el suegro de Denise ¿Max en una sinagoga?—. No se encontraba muy bien. Me pidió que fuera con él, me dijo que tenía que “acompañar” a un amigo. Se había peleado con Maggie.

Duncan sonrió. Maggie era la mujer de Max; llevaban más de cuarenta años felizmente casados el uno contra el otro. Se preguntó cómo habría conseguido entrar Max en la sinagoga… —¿Qué quieres saber?

En los labios de entreabiertos de Denise podía ver una pregunta asomándose—: Tu nombre…

Lo entendió a la primera—: Jacob. Sólo mi padre me llamaba así…

—Jacob, vamos a la cama, hace frío.

—Señorita... que se ha creído…

Ella soltó una risa suave como una cascada y le miró con los ojos muy abiertos. Y en ese momento Duncan se preguntó, realmente quién había seducido a quién.

viernes, 2 de marzo de 2007

En la niebla (4)

Od'yishoma be'harei yehuda, uvechutzot Yerushalayim
Od'yishoma be'harei yehuda, uvechutzot Yerushalayim
Kol sasson v'kol simcha
Kol chatan v'kol kallah

Denise se giró asustada al oír el ruido de la puerta al abrirse. Había cogido el disco que Duncan había dejado olvidado sobre la mesa y lo había puesto en el equipo de música. Quería escuchar música y sus cds se habían quedado en la maleta que seguía en el avión.

—Lo siento —murmuró como disculpa.

—¿Te gusta? —dejó la chaqueta sobre la mesa, bajó el volumen de la música y se sentó en el sofá, mirándola. Ella seguía de pie, sin saber si sentarse o quedarse ahí, en medio de la habitación sin saber muy bien a dónde ir, o qué hacer.

—Sí. Suena bien.

—¿Les conocías?

—No. ¿Qué dice?

—Mmm… "Aún se escucha… harei… en las montañas de Judá y… chutzot Yerushalayim… en las calles de Jerusalén la voz… sasson… de la risa y la voz de la alegría, la voz del novio y de la novia." Más o menos eso dice…

Otra vez el silencio.

—¿Cómo convenciste al de Hong Kong para que firmara?

—Fue fácil. Le dije que le harías una mamada.

Duncan la miró sorprendido sin poder creérselo, y soltó una carcajada que pareció romper el muro que les separaba.

—A Smith le gusta mirar.

— ¿Te has ido de putas con él?

—Sí. Alguna vez —la miró directamente a los ojos, metió la mano en el bolsillo y sacó el paquete de cigarrillos aún sin abrir, al hacerlo tocó el paquete de condones que había comprado en la farmacia.

—Ahm.

—¿Te parece mal? ¿A la señorita le parece mal? Soy un hombre solitario, pero tengo necesidades —Duncan la miraba directamente a los ojos esperando su respuesta. Aunque no la necesitaba, le bastaba con ver su cara para saber que estaba pensando—. Le comió la lengua el gato —dijo con un deje irónico, se levantó y caminó hasta la mesa para coger el encendedor que había dejado junto a la cartera.

—No —contestó Denise al fin en un susurro—. No —dijo subiendo el tono de voz.

A Duncan no le hizo falta girarse para saber que ella no había dejado de mirarle, sentía su mirada fija sobre su nuca. Así que se tomó su tiempo. Encendió el cigarrillo sin girarse y le dio una profunda calada.

Se dio la vuelta. Estaba más cerca de lo que él creía. La tenía justo al lado. Denise cogió el cigarrillo de su mano y le dio una calada. Le miró a los ojos mientras le devolvía el cigarrillo agarrándolo por la mitad suavemente con dos dedos, dejándole sitio para que pudiera poner los dedos en el filtro.

Duncan puso los dedos sobre los dedos de Denise. Sonrió sin apenas ser consciente de que lo hacía. Era una sonrisa abierta, seductora, tremendamente seductora, no sólo sonreía con los labios si no también los ojos. Le dio una calada al cigarrillo con los dedos de Denise atrapados debajo de los suyos, pero ella ni se inmuto.

No se inmuto, tampoco, cuando apagó el cigarrillo a la tercera calada, aún sin soltar sus dedos. Ni cuando desabrochó de nuevo su cinturón; o cuando bajó el cuello alto del jersey que llevaba y dejando al alcance de sus dedos esa zona de piel que él sospechaba muy sensible había empezado a masajearla. O cuando había dejado que la levantara un poco para poder tenerla a su altura, ya que ya no llevaba los 8 centímetros extra del tacón de las botas y con ellos no es que fuera tampoco muy alta. O cuando su mano izquierda se perdió por su espalda bajando hasta dejar de tocar eso que se llamaba espalda, o cuando su mano derecha se perdió entre sus pechos mientras buscaba el cierre de su sujetador para liberarlos…

Después, con una de sus manos sobre la parte baja de su espalda, la había atraído hacía él, apretándola contra él, haciendo que le sintiera. Que notara su excitación. En ese momento ella comenzó a inmutarse. Había intentado contenerse. Ella estaba casada. Él no. Una cosa era una estúpida paja. Pero aquello…

Se dejó conducir a la habitación, él había recogido al vuelo su americana. Estaban frente a frente, los dos descalzos, ella puso las manos sobre su pecho, tranquila, serena, y fue desabotonando con calma los botones de la camisa de Duncan, no tenía ninguna prisa. Acarició delicadamente su piel. Y acercó sus labios para besarla, sintió como él se estremecía de placer, y un gemido le confirmó que lo estaba haciendo bien y se dejó llevar.