lunes, 24 de diciembre de 2007

En la claridad (5)

El teléfono sonó, era Denise—: ¿Te gustó? —preguntó burlonamente.

Duncan dudó si era mejor mentirle y decirle que ni siquiera había abierto el sobre, pero descartó la idea ¿de qué iba a servir? No sabía de qué iba todo aquello—: ¿A qué viene esto?

—Maya me lo envió. Ese material es… ¿lo leíste? —no esperó su respuesta, y se embaló—. Me encantan los e-mails de Maya. Son tan intensos algunas veces, otras veces son divertidos, pero ninguno había sido tan intenso como ese. Tan sexual. Dejó tantas cosas a mi imaginación. Mi libido se disparó. Empecé a imaginar lo que había pasado en aquella habitación y escribí mil cosas. Era genial para un relato. Sí. No. ¿Pasaba algo más? ¿Era real? ¿Ella bajaba al piso de abajo? Pero pensé en Maya, es mi amiga. Tampoco podía traicionarla… ella me lo contó en confidencia, no esperaba que… bueno, yo no esperaba que eso pasara. Así que cambié muchas cosas.

Duncan no la escuchaba, había recordado aquella frase: «Me cuesta imaginarte pequeño.» Las pequeñas manos de Maya agarraban su mano izquierda, sentada a su lado en la sinagoga, acompañándole y del otro lado su viejo amigo Max. Aquel gesto cariñoso de Maya le había tomado por sorpresa. Le había tomado la mano, no la había soltado durante todo el funeral y él no se había atrevido a tirar de ella para recuperarla. En el fondo aquel contacto le gustaba.
— ¿Para qué me lo enviaste?
—Quería ver tu cara.
— ¿Y qué has visto?
—Hola —repitió un poco más alto—: ¡Hola! —Maya estaba de pie ante él, con sus pantalones vaqueros, su abrigo y aquel jersey dos tallas demasiado grande, y con una sonrisa en los labios, labios que volvieron a moverse para dirigirse a él de nuevo—… Hola Duncan.

—Hola —colgó a Denise sin pensar.
—Estabas tan ensimismado que no me has oído. ¿Estabas hablando con tu novia? —preguntó con esa sonrisa entre picara y dulce que le había visto por primera vez en Shangai—. ¿Puedo sentarme?
—Claro —sus ojos grises la taladraron, pero ella siguió como si nada—. ¿Qué haces por aquí?
—Veo que no me has oído —volvió a sonreír, Duncan la miraba sin entender—. ¿Con quién hablabas?
—Las niñas pequeñas no deberían curiosear cosas de mayores —Maya no contestó y soltó una carcajada. Le sonreía con los ojos—. ¿Quieres tomar algo? —Maya cogió su vaso y le dio un sorbito. Duncan le pegó un golpe en la mano y recuperó su bebida—. ¿Dónde está Andrew?
—Negocios —Duncan notó algo extraño en la voz de Maya, había duda en su voz, como si no se creyera lo que estaba diciendo—. Soy una pésima madre, he dejado a Andrea con una niñera.
—Sí piensas eso, vete a casa.
—Es lo que me gusta de ti, no conoces lo que son los paños calientes —la sonrisa volvió a su cara—. Necesitaba descansar un poco.
—Descansa, entonces —se levantó y señaló su vaso—.Voy a pedirte una a la barra o te beberás la mía. ¿Le echo algo más fuerte?
—No, así está bien. Gracias, Jack.
—¿Quieres que te lleve a casa? —puso el vaso sobre la mesa, pero era demasiado tarde, Maya había acabado con su coca cola—. He traído el coche.
—He quedado con Denise aquí, hace media hora… y parece que me ha dejado colgada.
—Ha estado aquí. Me dio esto —dijo sin pensar y le pasó las hojas.
Maya palideció al reconocer el e-mail. Del blanco pasó al rubor absoluto. Se bebió el contenido del vaso de un trago.
—¿Te llevo?
Ella asintió con la cabeza.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Mi regalo

Deseos
Te deseo primero que ames y que amando, también seas amado(a).

Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar.

Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas.

Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo, para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además que seas útil, más no insustituible. Y que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante; no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen, y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un gato, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuántas vidas está hecha un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico. Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero enfrente a ti y digas: "Esto es mío", sólo para que quede claro quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, aún sobre amor para recomenzar.

Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte.
de Víctor Hugo
(Gracias Ahav)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Hermoso

no recuerdo el nombre, pero me encanta
de Eugene Ivanov +

domingo, 9 de diciembre de 2007

En la claridad (4)

Duncan se preguntaba por qué estaba leyendo aquello. No quería leer que ella deseaba a aquel hombre, no quería leer que eran amantes en Hong Kong. No quería seguir leyendo, pero lo hizo:

“… e irme. No dijo nada, mientras compartíamos el ascensor, hizo un comentario sarcástico sobre no recuerdo qué. Sentí deseos de bajarme del ascensor y volver al bar, y desaparecer el resto de la noche. Pero seguí allí. Por esa forma que tiene de mirarme, adusta, fría. A veces me siento como si no fuera nada, cuando me mira así… es su forma de demostrar que está enfadado.

Subimos a la suite compartida, no sé como les dio a los de la compañía aérea por pensar que estábamos casados, tuvo su gracia. Sólo porque nos apellidamos igual. En fin. A Andrew le habría sentado como una patada.

¿Alguna vez alguien te ha metido los dedos dentro de… tu… (Aún me sonrojo con sólo pensarlo) por debajo del pantalón, estando de pie mirando por la ventana? De improviso, de la forma más natural y sorpresiva del mundo. Parece que va a abrazarte, pero no, te pasa el brazo por delante casi sin tocarte, te desabrocha el cinturón y tú simplemente miras como lo hace porque no puedes dar crédito a lo que está haciendo.

Después va botón a botón y sigues en las nubes, hasta que de repente algo te hace reaccionar; uno de sus dedos se cuela por debajo del elástico de tus bragas, y tú en ese momento te preguntas por qué llevas las bragas más viejas que tienes, pensamiento ridículo donde los haya. Pero a él no le importa, y no para hasta que te corres en su mano y las piernas te flojean y todo tu cuerpo está tan, pero taaaaaaaaaan relajado… Y ves como él se aleja, como si nada, a lavarse las manos.

Eso hizo, y yo… me quedé mirando como se lavaba las manos, y cuando se sentó en el sofá a leer tuve el impulso de poner la mano sobre su bragueta, abrirla, y descubrir que había debajo de aquella tela, pararme un segundo hasta que… pero no hice nada.»

Duncan sonrió divertido. Denise no la había creído. Él recordaba su mano por encima del pantalón primero y después por debajo; suave, cálida y pequeña masturbándole…

sábado, 8 de diciembre de 2007

En la claridad (3)

Cuando llegó la encontró sentada a una mesa, fumando mientras le esperaba. En cuanto le vio apagó el cigarrillo en el cenicero, sonrió y le hizo señales con la mano para que se acercara. Vestía el mismo vestido con el que la había conocido, uno corto de color azul nada propio para el frío invierno de aquel año. Había pedido un vodka con limón, que ya casi se había terminado.

Él pidió una coca cola, tenía que conducir. Ella se acabó el vodka de un trago, sacó un sobre del bolso y lo puso sobre la mesa frente a él, recogió el abrigo del perchero y se fue sin decir nada.

Dentro del sobre había varías hojas impresas de lo que parecía un correo electrónico: “Querida Denise. Suena horrible enviar algo así y más por e-mail, pero las cosas han salido así. ¿Recuerdas que te pedí que me cubrieras aquella noche? ¿Qué me llamaras y me rescataras de aquella suite? No te dije que es lo que quería hacer fuera de ella. Aunque supongo que lo imaginaste, siempre nos hemos entendido bien.

Encontrarme con Nezumi fue extraño; en aquel restaurante, en Hong Kong, sentado a la mesa con Dun…” Se detuvo, volvió al principio de la hoja y leyó las dos direcciones. Una debía ser la de Denise, la otra era… la suya. No cabía duda. Había recibido algún e-mail de aquella dirección. El último un par de días antes, una postal, felicitándole su cumpleaños.

“…can; no se llama Nezumi, se llama Patrick. Nunca habría imaginado que tendría un nombre occidental. Sí, Nezumi es un nombre inventado. Se lo puse yo.

Ya te dije que comparto mi piso de Hong Kong con un hombre de negocios japonés, ese es Nezumi. Le alquilo una habitación durante un par de meses al año, aunque él no sabe que el señor Cho no es el casero, si no mi vecino. Coincidimos por casualidad cuando me cambiaron uno de los cursos que daba y lo retrasaron diez días. Así fue como le conocí, entré por la puerta de mi casa de Hong Kong y ahí estaba él, sentado a la mesa del salón escribiendo en su portátil… ¡Impresionante!
Es el tipo de hombre que te gusta. Es un hombre guapo, atractivo, de esos que con sólo sonreír saben, que las mujeres caen en sus brazos, rendidas. Él me miró así aquella tarde, así y extrañado porque una desconocida abría con todo descaro la puerta y cruzaba el umbral de “su casa” por dos meses. ¡Qué demonios te explico si ya le viste!»

Sintió una punzada en el estómago.

“Cuando le vi hablando con Duncan sentí algo extraño, fue como ver a Andrew y a Nezumi hablando. Pensé que no me había reconocido, por muy raro que parezca, después de seis años compartiendo piso con alguien durante un mes, es como para que te recuerden, aunque sólo sea un poco.

Bajé a hablar con él después de la cena, estaba sentado en el bar, esperándome. Eso fue lo que me dijo. “Hola Anja”. Me sonó raro aunque eso fuese Hong Kong también.

Fue una conversación corta, intensa, divertida. Me reí mucho. El señor Tanaka resultaba más divertido aún que el hombre sin apellido de nombre Nezumi con el que compartía piso en Hong Kong. Le miraba a los labios, intensamente y fue cuando me di cuenta de que le deseaba. Y fue cuando hice mi número de desaparición favorito y me largué antes de liarla definitivamente.

Sí, le besé. Y sí, Duncan me vio. Estoy segura, apareció en aquel momento en la cafetería, nunca sabré si vio juntarse nuestras cabezas durante un instante o sólo me vio levantarme de la mesa e irme…”

lunes, 3 de diciembre de 2007

En la claridad (2)

—Hola —aquella voz femenina le sonaba lejanamente conocida y desde luego no era la de Max. Se fijó en el número, las dos últimas cifras estaban invertidas.
—Hola —se levantó a por un cigarrillo y aprovechó para subir el termostato. Hacía algo de frío. Se vio en el reflejo de la ventana. Alto, delgado, fibroso, ojos claros profundamente fríos; el pelo muy corto, castaño, con alguna cana.
—¿No me recuerdas? —soltó una risita—. Soy Denise. Denise Adler.
—Denise… —¿cómo olvidar a aquella mujer pelirroja de ojos verdes? Pero mintió—: Te recuerdo levemente.
—Déjame que lo dude —notaba como coqueteaba con él, era así desde que les habían presentado—. Te envié algo y quería saber si lo recibiste.
—¿A qué te refieres? —le costaba concentrarse, no dejaba de pensar en lo que acababa de leer “Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise”. ¿Perversa? Soltó involuntariamente una carcajada. Esa mirada no era perversa estaba llena de lujuria.
—Soy escritora, ¿recuerdas? —había sido ella, misterio resuelto—. Te envié el borrador de un relato.
—Lo he recibido —claro que lo había recibido. Oscilaba entre el cabreo y la excitación, no se reconocía en partes de aquella comedia.
—Me gustaría hablar contigo de él. Te invito a tomar una copa y hablamos, ¿te parece bien?
—¿Eres siempre tan agresiva?
—Ya sabes que sí. ¿Te paso a buscar?
—Quedemos en un pub.
—No muerdo.
—Déjame que lo dude —su mente se escabulló otra vez hasta el relato “Me gusta tu mano…”
—OK OK OK —se rindió entre carcajadas—, en el italiano de las oficinas. No sé cómo se llama.
—Yo tampoco. En una hora —colgó sin escuchar su respuesta. Recordó cuando se la habían presentado, le había costado despegarse de su mirada esmeralda. Pero ese recuerdo le duró poco. Su mente, obstinadamente, volvió a un fragmento del relato: “Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos…” recordaba el tacto de su mejilla. Su mano sobre el pantalón, quieta, su cara avergonzada no le miraba a los ojos. Se había quedado callado dejándola hacer, disfrutando de su rubor.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Borrasca

La borrasca (Lucien Levy-Dhurmer)
tomado de artnet

lunes, 5 de noviembre de 2007

En la claridad

Se puso las gafas de montura dorada, no veía lo suficientemente bien como para prescindir de ellas, leer en la pantalla del ordenador le cansaba la vista. Odiaba ponérselas, le hacían sentir viejo. Empezó a leer de nuevo—: “¿En qué piensas?... —ahí no… más adelante… siguió leyendo hasta encontrar el punto en el que se había quedado de la lectura antes de haberse levantado a por las gafas—: “Duncan pasó los brazos hacia delante casi abrazando a Denise pero sin tocarla, desabrochó el cinturón, soltó el botón y bajó la cremallera del pantalón de Denise. Antes de que ella pudiera decir algo, sus dedos se introdujeron bajo la tela del pantalón y empezaron a acariciarla. Apartó con delicadeza sus bragas y metió los dedos por debajo de la fina tela acariciándola, buscando sus puntos más sensibles...” …delicadeza… —murmuró, no pudo reprimir una carcajada.

Cerró los ojos, recordaba su cara reflejada en el cristal, el olor a violetas, la suavidad de su piel cuando había desabrochado el cinturón de sus vaqueros, y aún más cuando había metido la mano por debajo del pantalón; las pupilas de sus ojos se habían dilatado en el momento en el que había apartado las bragas y había acariciado directamente su piel. Recordaba el gemido que se había escapado de sus labios cuando había introducido el primer dedo entre sus pliegues. Y a ese gemido le había seguido otro y otro y otro… había disfrutado arrancando cada uno de esos gemidos y cada uno de los orgasmos que se fueron sucediendo bañándole la mano con sus fluidos. No recordaba delicadeza, recordaba su mano derecha colándose por debajo de su camisa estrujando sin piedad su pecho endurecido, y su mano izquierda sin compasión...

No sabía cuantos orgasmos había conseguido arrancarle antes de ser capaz de soltarla. Sus gemidos le tenían casi hipnotizado. Al final había conseguido soltarla, la había dejado desmadejada, exhausta junto a la ventana y se había ido tranquilamente al baño a lavarse las manos. Mientras se lavaba las manos podía ver como ella le miraba desde el marco de la puerta, confundida, incrédula, desnortada, perdida,… jadeaba por la excitación. Le brillaban los ojos, y se mordía los labios…

El teléfono le devolvió a la realidad. Lo descolgó sin ganas al reconocer el número, no tenía ganas de hablar con Max.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Gabriela

Se miró en el espejo, se había hecho y deshecho la coleta unas cuantas veces. Se había maquillado y desmaquillado varias veces, ¿gafas o lentillas? Seguía sin decidirse. No podía cambiarse de ropa… quizás había sido un error elegir aquellos vaqueros informales. La culpa la tenía aquel hombre, ¿por qué no le dijo que iban a ir a buscarla? ¿Por qué no se lo dijo hasta el momento justo de verla irse a embarcar? ¿Qué iban a pensar de ella?

Se maquilló un poco los labios y los ojos, llevaría puestas las lentillas porque no era capaz de encontrar las gafas, esperaba no haberlas perdido. Un poco de perfume para disimular el olor a viaje. Olor a viaje, eso es lo que su padre solía decir.

“Huelo a viaje” decía cada vez que entraba en casa después de un largo viaje y sonreía mientras ella bajando corriendo las escaleras para poder abrazarle y arrugaba la nariz al sentir el olor de su piel sudada. Siempre sacaba algo de su bolso de mano que había encontrado para ella. Su sonrisa desapareció por unos instantes, aun no había superado haber discutido con él.

Un golpecito en la puerta la devolvió a la realidad. Una voz femenina anunció que estaban a punto de aterrizar y que debía volver a su asiento. Recogió a toda prisa el contenido de su neceser, echó un último vistazo a la mujer que veía al otro lado del espejo y apartó un mechón de pelo de su cara.

“Gabriela, me llamo Gabriela” —se repitió a sí misma.

Adriana

Adriana se despertó. Odiaba volar así que solía tomarse un par de pastillas que la dejaran completamente grogui durante el viaje. Pensó en Hugo, que había ido a despedirla al aeropuerto. Se sentía extraña viviendo con su hermano mayor, siempre habían tenido una relación bastante distante y sin embargo al final era el único que le quedaba de su familia, bueno, el único sin contar a su abuelo.

Su última visita a Madrid había sido diferente. En aquel momento había pensado que jamás volvería. Había sido su gran pelea con Alejandro, su huida de la ciudad en la que había vivido más de la mitad de su vida. Sabía que quería a aquel imbécil, pero no tenía ninguna gana de volverle a ver. Pero se lo había prometido a su abuelo. Y era consciente de que jamás había sido capaz de negarle nada a su abuelo.

Adriana llamó a la azafata con la mano—: ¿Tardaremos mucho en llegar?

—Aterrizaremos en una hora.

—Gracias —cerró los ojos. Podía permitirse dormir un poco más.

martes, 16 de octubre de 2007

Soy vaga

Ya sé que hace mucho que no subo nada mío, pero admito que soy una vaga redomada. Lo malo de tener fases, como el tal señor Picasso, ese que nadie conoce (es un sarcasmo, por las dudas lo digo), es que parece que todo suene igual. Aunque, si leo a gente como Amy Tan, no dejo de pensar que no deja de hablar una y otra vez sobre su relación con su madre.

No sé quién decía que todo se reduce a las pulsiones vitales. O sea Muerte y Sexo o Muerte y Vida, o Guerra y Paz… bueno, la Paz es poco literaria. Así que voy a subir algo más aunque sea más de lo mismo. Es que tengo vicio por las relaciones humanas, sobre todo por las de a dos.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

viernes, 7 de septiembre de 2007

viernes, 31 de agosto de 2007

haiku Suzanesco

"Llueve en el parque
Unos pasos se acercan:
es mi destino"
de Suzanne__

Una de haikus

Por un momento
la hiedra tiñó
de rojo el tronco siempre verde
(Rando)
Mi viejo cuerpo
una gota de rocío que ha crecido
en la punta de una hoja
(KIBA)
gracias Samekh

viernes, 13 de julio de 2007

de mi buen amigo Barnabi

Estimados Señoras y Señores:
Aprovechando la oportunidad que generosamente me brindan
recitaré un canto un poco bárbaro, esperpéntico y báquico
que espero que les guste comenzando desde el principio.
Antes los trilobites medraban abundantes
Y de esos limos nacimos.
Mi nombre es ninguno, enormes fragmentos
de texto no codificante, intrones, no mensajes
erguidos sobre pies dactilográficos.
Soy nervioso y banal obsceno y ruin, solo, desde que tengo
uso de la razón escéptico de más, aunque hasta de eso dudo.
Mi mano fue la mi herramienta principal, ya no lo es.
Ahora la tendencia es hacia el crecimiento de la sustancia blanca
tren de la vida, conjugado obstétrico demasiado chico, distocia mecánica
metro retorcido, para tanta neuronilla y tan sofisticada, brete, viejo.
He muerto ya dos veces, tres… me he vuelto ninguno
otra vez y otrotra eco o bulto, de hoy, breve, de siempre vano
acataléctico y espiroribonucleico, ondas de espacio-tiempo, bulo.
Y sé bien que aunque haya librado
llego a la patria
¡Seda!
Tarde y mal, huérfano de compañeros y rico en derrotas
pero a ninguno le podría interesar mi historia:
Con Ira, recuerdo ahora la cólera de las olas, las vidas
de héroes precipitadas desde el corcho del cabotaje incierto
o en tierras ajenas por causa del imprudente liderazgo, manás falsos de falsos profetas, dolo-ro-sos Dogmas, sombras todas de Plato,
obscuras hipotecas y no menos el licor que olvidar les hiciera la patria.
Convidemos con generosidad al huésped que nos honra pues ahora
Homeros somos que ni el vacio vemos, hay que ver, hay que ver
apenas algún gradito Kelvin. Con ese desconocimiento
¿Quién elige a su amor?
pero bebamos juntos de las mismas heces.
De las mismas heces.
Si edificas sobre escombros el templo de la cultura
o profanas la cortina del muelle con descaro marcas las cartas
y con todas esas cosas que sabes de antemano eres casi un dios,
y con eso y con todo y esa demostración de moraítos
Ninguno elige a su amor. Ah, eso, y todos
comeremos juntos de las mismas heces
de las mismas heces.
Me ha dicho Eumeo literalmente: por mi parte
estos guarros guardo, los voy defendiendo si me es dado
aunque siempre esos cerdos se llevan la flor de la piara.
Tal dijo el fiel Eumeo y ninguno comía y bebía en silencio.
Nacen hijos de ancianas virginales Febo no es un disco cegador, sino una bola. Pesadas cargas como encabalgar los ritmos de los dáctilos
en los espóndilos estructurales las hace el ordenador y con toda esa ciencia
Ninguno elige a su amor y Penélope sigue cuidando la lumbre bajo la adafina, como quieras, de marinera o de marinero.
Pero he podido ir, el remo al hombro, tierra adentro
millares de corderos de la Puerta del Sol venían
y fueron respetados y alabados en su hermosura
como nos enseñó en su día el cabrero que cuida con esmero
los chivillos que jamás comería
Y el remo abrió el camino y congregó pendones ante
la Reina de la llave, mientras alrededor de Poseidón
los plátanos de indias librando sus últimas alergias, ya postrados
han aplacado al fin un poco al poderoso dios del ponto chico
del paseo del Prado, eso parece
postrera y fútil alegoría del eclipse parcial de una quimera.
Si las ausencias son siempre largas y a menudo amargas
intentaré ahora seguir a mi maestro y para terminar
contaremos historias de arribadas felices ¡Hablemos de regresos!
saltando convenientemente el protocolo pues el regreso
es la culminación del viaje, y es incierto también lo que se pasa
a pesar de que llevases el remo ensanchado del piloto, ¡Oh rico en ardides!
eres sólo un hombre, semejante al dios que te ha engendrado
no importa si has dejado alguna cuenta sin pagar que irán
a beneficio de inventario pero amagar y no dar es siempre malo.
Algo bello y atrevido es bueno decir y hacer ahora
tras traspasar esta cañada angosta y peligrosa y luego
el mar, el ancho mar y tras el mar al fin dos pechos amantes y en seguida
humo de brasa y vapor de la costrilla escamosa y se define luego
en obeliscos de humildísima caña del terreno
escorados a sotavento sobre la roja brasa del varado bote
escuadra ígnea de plata que deviene a su tiempo oro viejo en ambas caras
y al maestro espetero guardián del fuego ¡ya nos llega
el aroma de la grasa fundida y no quemada!
Lo que hace falta es que salga ya.

domingo, 3 de junio de 2007

La joven no era más que una sombra negra alargada. Estaba sentada con tranquilidad en un banco del parque. Fumaba un cigarrillo. Una mujer la miró con desaprobación. Llevaba mirándola toda la tarde. Esa tarde no había tenido mucho trabajo, había tenido tiempo de fumar un par de cajetillas de tabaco.

La mujer se acercó a ella. Después de pensárselo un instante se sentó junto a ella. Ella estaba relajada y a la vez expectante. Tenía cierta curiosidad.

La mujer comenzó a hablar. Ella había oído mil veces los mismos rollos, pero aceptó el discurso con una sonrisa. La verdad es que había empezado a aburrirse y la mujer era tan aburrida que podía ser un agradable entretenimiento. Oía el murmullo de sus palabras en su cabeza. Ni siquiera se molestaba en escucharla, era mejor así. De repente en medio de la verborrea anti-tabaco el busca sonó. Aunque le pesó, debía admitir que se alegraba de poder hacer algo. Miró el busca, lo apagó.

–Todo el día con el aparatito a cuestas, es un calvario. ¿A qué se dedica, joven? –preguntó tremendamente interesada.

–Lo mío es el transito.

–¿Trabaja para Tráfico?

–No. Lo mío son los fallecimientos, las mortalidades, los óbitos, las defunciones,... el transito.

–Trabaja en una funeraria.

–No. Soy la Muerte –se envolvió en su capa invisible y desapareció ante los ojos de la aterrorizada mujer.

viernes, 1 de junio de 2007

En la niebla (12 y último)

Duncan se despertó solo en la cama. Había sido un sueño. Ella no estaba allí. Pero de todos modos había sido un hermoso sueño.

Había soñado que ella había aparecido de repente en la fiesta con un vestido negro, largo, sencillo. Simplemente preciosa. Realmente hermosa. Se había acercado a él y le había besado ligeramente en la comisura de los labios y le había salvado de Maggie, tomándole del brazo y sacándole de allí.

Y después, en su sueño, habían llegado hasta su apartamento y habían compartido la cama. Había sido suave, pausado y al mismo tiempo apasionado. Los recuerdos de su sueño eran muy vividos… recordaba su olor, su sabor, el sonido de su voz…

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, necesitaba un café para despertarse. Se sirvió una taza de café, y con la taza en la mano fue a por el CD de música, lo había dejado sobre la mesa en el despacho. Sacó el librito que acompañaba el CD, pasó las páginas buscando encontrar la letra de Denise. Una sonrisa apareció en sus labios, algo triste, quizás, al reconocer la letra de su padre: “Nunca olvides de dónde viniste, ni adónde vas.” Típico de su padre.

Siguió pasando hojas, y encontró la letra de Denise junto a Od Yeshoma: “Algunas veces, la única manera de encontrarnos a nosotros mismos, de encontrar nuestro camino, de encontrar nuestro lugar... es perdernos en un bosque oscuro, en un desierto, en una fuerte fiebre o en una densa niebla que nos impida volar”.

¿Qué quería decirle ella con eso? Había habido una niebla entre ellos. Aquella frase que le había acompañado toda la noche sin poder evitarlo se colocó en su lugar, en su contexto al volver a leer aquella frase “… perdernos en un bosque oscuro, en un desierto, en una fuerte fiebre…” La fiebre... Lo había olvidado. Shangai, la tercera noche…

Denise tenía cuarenta de fiebre, no dejaba de dar vueltas en la cama, y de repente se había levantado y se había plantado ante él, desnuda, no dejaba de tiritar y eso a pesar de que estaba ardiendo. La había cubierto con una manta y devuelto a la cama. Había intentado ir a llamar al médico, y volver a su “exilio” fuera de aquella habitación, pero ella no le había dejado marcharse, y optó por sentarse en el sillón tras haber conseguido que se tomara las medicinas que el médico le había recetado por si le subía la fiebre.

No dejaba de delirar. Decía cosas sin sentido, llamaba a su madre, a su padre, a Liam. A veces parecía como si hablara con ellos, como si pudiera verles porque los tuviera delante.

Intentó irse, iba a levantarse para ir a llamar al médico cuando en medio de aquel delirio había pronunciado su nombre—: Duncan —¿habría notado que se iba? ¿Estaba llamándole? Se acercó a la cabecera de la cama. Ella hablaba, no dejaba de hablar, pero Duncan no entendía nada de lo que decía, hablaba demasiado deprisa y el tono de voz era apenas audible—: Sed —dijo Denise con claridad. Estaba sudando mucho. Duncan le cambió el paño húmedo que tenía en la frente. Se secó las manos en la toalla y fue a por un zumo a la nevera.

—¿Quieres un poco de zumo? —le tendió el vaso y esperó que Denise se incorporase para poder beber.

Denise se levantó, él le acercó el brazo, y Denise puso las manos sobre la suya y bebió sin dejarle soltar el vaso. Tenía sed, bebía rápido y parte del zumo manchó su cuello. Duncan mojó la toalla en la palangana y se la ofreció a Denise que le miraba sin comprender. Duncan se rindió, se sentó en la cama junto a ella, le apartó el pelo de la cara, y limpió el zumo que goteaba por su barbilla y su cuello.

—Me gustas —murmuró ella, y sin más le besó en los labios. Él se apartó. Ella estaba enferma, estaba claro que no sabía lo que decía… Se sentía aturdido. Ella le miró con sus profundos ojos oscuros y le preguntó—: ¿No te apetezco? Si...

—“¿No te apetezco? Si la noche me ha llevado hasta los pliegues de tu voz…” —repitió para sí en voz alta.

—Recuerdo la fiebre, y una neblina que lo cubría todo. Recuerdo haber sentido tus manos sobre mis hombros tapándome con una manta, y como me llevaste a la cama. Yo tenía tanto miedo de morir, de quedarme sola y que la muerte me llevase a su lado que te agarré la mano y te quedaste conmigo el resto de la noche. Te dije algo, no recuerdo qué… y entonces me lo dijiste. Es lo que recuerdo. Lo recuerdo claramente. Lo dijiste en mi oído, me abrazabas y me dabas friegas para que entrara en calor —dijo una voz femenina sacándole de su letargo, Duncan se la quedó mirando alucinado, estaba apoyada en el quicio de la puerta, observándole con una taza de café entre las manos.

—¿Llevas mucho tiempo despierta?

—No. He hecho café y aproveché para darme una ducha.

—Pensé que te había soñado —se levantó y se acercó a ella, tomó la taza de café de entre sus manos y le dio un sorbo—. Con tu vestido negro, sacándome de la fiesta.

—¿Vestido? Lo llevé en Hanoi. La noche que enfermé. Pero era rojo. No estoy viuda, Duncan.

—Pero estás aquí —la tomó de la barbilla y la besó—... no lo recuerdas bien… —acercó los labios a su oreja y susurró—: ¿No te apetezco? Si la noche me ha llevado hasta los pliegues de tu voz…

Denise sonrió.

jueves, 24 de mayo de 2007

Humpe


Leí hace tiempo una colección de cuentos diversos que sacó Anaya. Entre ellos estaba “Cuentos suecos” tengo un vago recuerdo de aquello que leí. Había tristes historias sobre trolls que querían desesperadamente ser humanos y que de vez en cuando elegían la peor forma para conseguirlo. Las ilustraciones que acompañaban a las diferentes historias eran obra de un ilustrador sueco, John Bauer. Recuerdo sus trolls, y parece que no soy la única. Navegando he conseguido rescatar su “Amor de madre” el dibujo que ilustraba la historia del pequeño troll Humpe. Humpe fue despreciado en el mundo troll por su aspecto demasiado humano, pero para su madre era el troll más hermoso del mundo. Era su pequeño troll.

martes, 15 de mayo de 2007

En la niebla (11)

—Hola Duncan.

Su voz le sacó del trance. Estaba apoyado en la barra del bar, con una copa de vino blanco en la mano, mirando a aquel mare mágnum de gente al que le gustaría poder hacer desaparecer. No le apetecía nada estar allí. Si al menos hubiera podido llevar a Sabrina… le había dejado un mensaje en el contestador, creía recordar que volvía esa noche. Por una vez, no aparecer solo en el cumpleaños de Maggie. Nunca antes su soledad elegida le había resultado tan molesta.

—No pensaba venir.

—Lo sé.

Duncan imaginó que ella sonreía o eso le pareció por el tono de su voz. Estaba a su lado pero no demasiado cerca, parecía que tuviera miedo de tocarle. No podía verla, sólo conseguía medio vislumbrarla con el rabillo del ojo. Parecía llevar aquella misma camisa blanca y olía a… recordaba ese olor… violetas.

—Gracias por ayudar a Maggie con el regalo.

—Me devolviste el CD —no pudo contenerse, le había molestado más de lo que le gustaba admitir. Se giró y la miró directamente a los ojos, pero su mirada bajó hasta su camisa, si, parecía la misma camisa.

—Te lo regaló tu padre.

—¿Cómo lo sabes? —era cierto su padre se lo había enviado por su cumpleaños. Era el último regalo que había recibido de él. Había muerto al año siguiente, antes de su cumpleaños.

—Hay una dedicatoria en una de las páginas, junto a la letra de “Refugee” —vio aquel gesto en la cara de Duncan de no saber de que le estaba hablando. Sonrió—: Así que tampoco leíste la mía.

—¿Dónde la escribiste?

Ella se acercó a él hasta tocarle, apoyó su mano sobre su antebrazo se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla—: Me llaman.

Duncan estiró la mano con rapidez y atrapó el brazo de Denise reteniéndola a su lado antes de que pudiera alejarse. No sabía que decirle, se había quedado en blanco—: Feliz cumpleaños, Nissi. —lo recordó de repente. Era su cumpleaños.

—Gracias —sonrió y su cara se iluminó, se acercó a él se puso de puntillas, le besó suavemente en la comisura de los labios y se fue. Liam la esperaba.

En la niebla (10)

Denise salió del coche sin esperar a Liam. Subió el par de escalones de la entrada del restaurante, dejó el abrigo en el ropero y siguió las indicaciones del maître hasta la mesa que habían reservado. Maggie la saludó con la mano desde la mesa para que se acercara, Max estaba desaparecido, Denise supuso que estaría ocupado junto a la barra del bar —: Feliz cumpleaños, Maggie.

—Estás muy guapa. Siéntate.

—Gracias. Tu hijo no piensa igual. Recibí el paquete.

—Bueno querida, mi hijo es idiota. Es mi hijo, pero es idiota, por supuesto todo es culpa de la familia paterna. ¿Te gustó?

—Me encantó.

—Me alegro, la verdad es que no sabía que regalarte, tuve suerte de que Duncan me sugiriera que te lo comprara.

—¿Duncan? —hacia cuatro meses que no le había visto. El último recuerdo que tenía de él… le costaba recordar… Heathrow… llovía… no habían hablado en Hong Kong, su primer recuerdo aquella mañana había sido el sonido de la ducha, y poco después había sentido sobre su piel la calida caricia del sol. La niebla se había disipado. Y eso, extrañamente, la entristeció. Él lo había dejado muy claro, era sólo sexo. Diversión entre dos seres adultos…

—Sí. Pensé en comprarte la discografía entera, pero parece que sólo tienen ese disco.

—Gracias.

—Gracias por las flores, las recibí en mi despacho, eres un sol. Tienes una cara muy rara, ¿ha olvidado tu cumpleaños?

—Da igual.

—Mi hijo es un pelín idiota. Salió a su abuela, paterna por supuesto —Denise soltó una carcajada—. Me gusta más verte así. Estás mucho más guapa cuando te ríes —se puso en pie, llegaban más invitados—. Tengo que dejarte. Llega más gente, ahí está Greta.

—Max… —refunfuñó a su suegro que acababa de aparecer como por ensalmo. Odiaba las multitudes y esa “pequeña” fiesta no parecía ser tan pequeña.

—Te dije que seríamos unos seis o siete… —se sentó a su lado ocupando la silla que Maggie acababa de dejar vacía—… puede que me quedara corto.

—¿Puede? —sonrió divertida. Sentía debilidad por su suegro—. ¿Qué vas a pedirme?

—Me conoces demasiado bien. Habla con Duncan.

—¿Está aquí?

—Acaba de llegar —señaló la barra del bar–. ¿Le ves? Sigue enfadado con tu marido.

—No es el único —murmuró creyendo que Max no la estaba escuchando.

—¿Qué ha hecho?

—¿Orden alfabético o cronológico? —una sonrisa amarga se dibujó en su rostro, una sonrisa que Max prefirió pasar por alto.

—Habla con él —señaló a Duncan—, por favor.

—¿Por qué yo? Sois viejos amigos. Te hará caso.

—Denise, —agarró afectuosamente el antebrazo de su nuera—, yo le traicioné.

—¿Le traicionaste?

—No estoy orgulloso de ello.

domingo, 13 de mayo de 2007

música hermosa


Joe Hisaishi del viaje de chihiro

domingo, 6 de mayo de 2007

En la niebla (9)

You said you needed me

Or at least that's what I thought

At times the memories

Seem to be knocking at my door

I've seen the film a million times

Feels like I wrote the storyline

I refuse to replay

The mistakes that we made yesterday

Había puesto el disco, ni siquiera sabía porqué. Estaba en el despacho terminando de vestirse. Max quería que fuera, quería una especie de acto de reconciliación entre su hijo y su socio. Duncan no quería ir, pero sabía que era necesario. Le costaba mirar a los ojos de Liam después de todo lo ocurrido. Y era un mal modo de llevar una sociedad. A veces se preguntaba a sí mismo si le pasaba por aquel intento de OPA o por aquella mujer que olía a violetas.

Le había dicho a Max que no iría, aunque sabía que acabaría haciéndolo. Era el cumpleaños de Maggie, y pasaría lo de todos los años, ella intentaría emparejarle con alguna de sus amigas recién divorciadas y él acabaría la noche inventándose alguna excusa para irse a su casa. Estarían Maggie, también Max, Liam y Denise… Denise… Quizás lo había malinterpretado todo…

No quería ir sólo aquella anoche. Esa noche no. Podía llamar a Sabrina,… no, estaba en París. "Si quieres nos vemos cuando vuelva", le había dicho antes de irse, él sabía que no quería y sabía que Sabrina también lo sabía.

Tenía un recuerdo muy nítido en la cabeza: Denise sentada en la cama, vestida con una falda larga, negra y una camisa blanca y él recién salido de la ducha, cubierto apenas por una pequeña toalla y con gotas de agua recorriendo su espalda…

Ella había subido la falda y él había dejado caer la toalla…

Pero también tenía otro, no tan nítido. Era una frase “¿No te apetezco? Si la noche me ha llevado hasta los pliegues de tu voz…” La recordaba, sabía que la había dicho él. Recordaba haberla dicho durante aquel viaje, pero no recordaba exactamente cuándo. ¿Cuándo había susurrado aquello? ¿En Hanoi? ¿En Shangai? ¿En Hong Kong? ¿Aquella mañana? ¿Aquella noche? ¿Ante la ventana? ¿En la cama? ¿En el desayuno? ¿En el aeropuerto? …

martes, 1 de mayo de 2007

En la niebla (8)

D'ror yikra I'ven im bat
V'yin-tzar-chem k'mo vavat
N'im shim-chem v'lo yushbat


—¿Qué escuchas?

—Oi va voi —Denise se levantó del sillón y apagó el equipo de música. Había aprovechado que Liam tenía que terminar de arreglarse para escuchar el regalo de Maggie. Había mirado varias veces el paquete en el que le había llegado y la tarjeta que lo acompañaba. Sin duda alguna se trataba de la letra de su suegra: “Feliz Cumpleaños, Nissi. Con cariño, Maggie”.

—¿Eh?

—Es el nombre del grupo —se lo quedó mirando, Liam era un hombre muy guapo. Moreno, con esos ojos oscuros que la habían derretido cuando se conocieron, sin embargo hacía tiempo que le faltaba algo cada vez que le miraba. Pensó decírselo, decirle “noto que ya no te quiero como antes”, o recordarle que era su cumpleaños y que él lo había vuelto a olvidar, quizás insinuárselo, dejárselo caer “es el regalo de cumpleaños de tu madre”. Pero se quedó callada y sólo sonrió.

—¿Vas a ir así?

—Sí —se había puesto una camisa blanca y unos vaqueros. Acababa de llegar del trabajo y no había tenido ganas de arreglarse más. Además, se trataba de una especie de cena familiar. No llegarían a diez invitados, o eso le había asegurado Max por teléfono.

—Es el cumpleaños de mi madre, Nissi.

—Voy a ir así —lo dijo con una sonrisa serena en los labios que le desarmó completamente. Liam sentía que desde aquella metedura de pata, Nissi había cambiado. Ya no era la jovencita manejable con la que se había casado. No tenía muy claro si sabía o no lo de Greta y lo de mil más como Greta. Pero no parecía tener la intención de perdonarle que no hubiese dado señales de vida cuando ella enfermó en Shangai. Había estado tan ocupado en dar el golpe ganador que había pasado por alto a Nissi. Admitía su culpa, pero ni siquiera había podido disculparse, y de todos modos tenía la impresión de que ni siquiera le escuchaba. Además, como decía su padre, Nissi estaba extrañamente guapa después de aquel viaje. Tenía una mirada más brillante, más intensa. La deseaba cada día más y ella parecía cada día más lejos.

—¿Vas a estar enfadada eternamente, Nissi?

—No estoy enfadada.

—Sé que metí la pata, debí… debería haber ido contigo en vez de haberle endosado el viaje al viejo. Pero tenía cosas que hacer.

—No me escuchas, Liam. No estoy enfadada.

—No has dejado que te toque desde que volviste de Hong Kong —protestó con aquel gruñido infantil que antes a ella le hacía tanta gracia, pero ya nada era igual.

—¿No tienes suficiente con Greta? ¿Susan? ¿Alex? ¿Lorna? ¿Sarah?

—No es lo que tú crees —Denise soltó una carcajada—. No volverá a pasar. Yo…

—Da igual.

—¿Te da igual?

—Si te digo la verdad, sí.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Ya no me quieres? Esto es patético —se dejó caer en la cama.

—¿Qué? —Denise le miraba, le parecía estar viendo a un niño intentando disculparse al verse pillado en una travesura.

—Soy yo quien ha tenido amantes, no tú.

—Yo me acosté con alguien en Hong Kong —lo dijo sin pensar.

—No hace falta que mientas. ¿Con quien te ibas a liar? ¿Con Duncan?

—Sí.

—Serías capaz de decir cualquier mentira —cogió su mano y la besó. Se había casado con ella porque era tan dulce… pero no podía evitar engañarla. No podía. Era superior a él. Necesitaba… necesitaba cosas que no conseguía de ella.

—¿Nos vamos? —se rindió Denise con una sonrisa.

jueves, 22 de marzo de 2007

Inspiración

"La lectora" de Henner

lunes, 19 de marzo de 2007

En la niebla (7)

Denise miraba el techo. No podía dormir, estaba físicamente extenuada y pletórica al mismo tiempo. Nunca se había sentido así y eso la preocupaba ¿qué era lo que había hecho? ¿Por qué lo había hecho?

Se giró, a su lado aunque no muy cerca, lo suficiente para saber que estaba desnudo y sentir el olor embriagador de su piel, dormía Duncan. Cerró los ojos intentando dormir, pero cada vez que los cerraba una sensación volvía a su cabeza, la de sus manos recorriéndola entera, la de su piel rozándola, la de su lengua recorriendo su cuello…

No había dejado un milímetro de piel libre sin conquistar. No la había dejado parar ni un segundo, la había devorado, destrozado,… Había sido un par de horas antes, y aún así, le costaba pensar.

Se sentó en la cama y dejó caer la chaqueta del pijama, se quedó desnuda, con las manos acariciando su piel, preguntándose de nuevo porqué había pasado todo aquello. La piel le latía, y sabía que olía a él. Levantó una de las manos a la altura frente a los ojos, la acercó a la nariz, olía a él, a ese tabaco que fumaba, a su saliva… la había lamido entera… a su sudor, nunca antes había sentido algo así, él la había cubierto por completo con su cuerpo, piel contra piel, poro contra poro.

Acercó la punta de la lengua a uno de los dedos… sí, era así como sabía, a esa mezcla de colonia, tabaco, y sudor que la había envuelto por completo. Ella también había lamido su cuello, su pecho y había bajado hasta su abdomen, pero él no le había dejado llegar más abajo, la había frenado en seco.

Ella sabía que a los hombres les gustaba… pero la verdad era que a Denise no le gustaba hacerlo. A Liam le encantaba, y ella se sacrificaba para complacerle. Pero Duncan no le había dejado, la había apartado y había sido él quien había bajado con su lengua, lentamente por su cuello, apenas había rozado sus sensibles pechos, se había limitado a rodearlos y había bajado hasta su pubis y allí se había detenido, proporcionándole un placer inmenso.

Se fijó en el brillo del móvil sobre la mesita de noche, lo abrió y vio que había varios avisos de llamada. Liam había llamado doce veces. Cogió el móvil, y fue al salón para hablar con él, necesitaba escuchar su voz, quizás dijese algo que aclarase su confusa cabeza.

—Liam… —se quedó muda sin saber que más decirle, pero a él no pareció importarle.

—Nissi… Duncan me dijo que os habéis quedado bloqueados por la niebla.

—Eso parece. ¿Le despertaste?

—Quería hablar contigo. ¿Qué haces?

—Estoy sentada en el sofá de la suite, hablando contigo.

—No parece que tengas muchas ganas de hablar.

—Tú tampoco.

—¿Sigues enfadada por eso? Estabas…

—No estoy enfadada. Duncan cuidó muy bien de mí.

—Se comporta como un padre.

—¿Cómo un padre —le corrigió distraídamente, no le estaba escuchando—,… no. Como un buen amante.

—¿Amante? No me hagas reír. Es viejísimo.

—Pues hace dos horas no lo parecía, te lo puedo asegurar.

—Estás de broma. ¿Le has visto hacer mil flexiones o qué?

—O que... Tengo algo de sueño —colgó el teléfono sin esperar respuesta.

...

—¿Te arrepientes? —su voz sonaba aún más profunda en esa neblina oscura. Denise se abrazaba a si misma, miraba algo fijamente al otro lado de la ventana, nada que Duncan pudiese identificar con claridad.

—Sí, no. No lo sé…

Un pequeño sollozo le hizo darse cuenta de que Denise estaba llorando, y se sintió en la necesidad de borrar todo aquello… era culpa suya, él no…

—No debí…

—No debiste, y yo tampoco. Yo era feliz, todo era sencillo, fácil, ¿Por qué me has complicado la vida? ¡Joder!

—¿Complicado la vida? Olvida lo que ha pasado. Nadie lo sabrá por mí.

—¡IMBÉCIL!

—¿Qué?

—No entiendes nada. No quiero olvidarlo.

Duncan se quedó mudo, sin saber que decir. De todo lo que ella podía haber dicho era eso lo único que podía dejarle atónito. Había jugado sus cartas aquella noche quizás por vanidad, quizás por venganza,... Liam pretendía hacerle perder el control de la compañía que se encontraba en su poder desde la jubilación de Max. Liam le consideraba “demasiado viejo y timorato”.

Duncan conocía el mundo de los negocios, pero entre Max y él siempre había existido un pacto de honor, un “pacto entre ladrones” como solía decir socarronamente Max, y ese pacto Liam lo había roto del peor modo posible.

Había tenido una aclaradora conversación telefónica con Max. Sabía que Duncan conocía a la perfección los planes de su hijo y le recordó aquel “pacto entre ladrones” para conseguir la absolución de su vástago. Le dio su palabra, pero en el fondo de su corazón sabía que necesitaba una compensación, una pequeña venganza.

Le había hecho hasta gracia, llevaba tiempo coqueteando con la idea de dejar la empresa, y había aparecido ella. Pequeña, con aquella voz suave, esos ojos grandes que siempre le habían parecido profundamente tristes y ese ligero aroma a violeta.

—Debí pedir que me cambiaran la habitación.

—¿Esta tarde?

—Esta tarde, ayer, anoche… ¡qué más da!

—¿Te arrepientes?

—De meterte mano, de dormir contigo, de verte desnuda, de tenerte entre mis brazos, de…

—¿Llamamos a Superman? Creo que es capaz de volver atrás el tiempo —su voz rezumaba sarcasmo, al mismo tiempo que sus ojos inundados de lagrimas intentaban detener el torrente que se avecinaba.

Duncan la dejó llorar, aunque le partía el alma que estuviese así por su culpa, aguantó hasta que no pudo más y puso la mano sobre su espalda, bajando suavemente por ella. Un ligero susurro en su oído—: ¿Te sientes bien, Denise? —ella asintió con la cabeza aunque no estaba muy segura de que fuera verdad—. Mientes fatal —dijo con una sonrisa. Ella notó la sonrisa en su cuello, estaba tan cerca que sentía sus labios rozándole la piel —. Sólo es sexo. No es nada especial.

—¿Nada especial?

—Sólo dos seres adultos dándose placer. Vamos a la cama, prometo no violarte.

Ella esbozó una sonrisa y le siguió a la cama, necesitaba descansar. Ya vería las cosas diferentes, con más claridad, por la mañana.

En la niebla (6)

El teléfono despertó a Duncan, le costó un poco situarse, estaba en Hong Kong, en una suite, en un hotel cerca del aeropuerto, con Denise, la mujer de su socio. Dormía en aquella inmensa cama, y una de sus manos estaba sobre el pecho de Denise, ella parecía dormida. Notaba a través de la tela de la chaqueta de aquel pijama, que por alguna extraña razón ella se había empeñado en ponerse, el suave latido de su corazón.

Silencio. Iba a volver a la cama cuando la melodía de su móvil volvió a sonar, pudo oír como estaba vibrando sobre la mesita de cristal, junto al sofá. Contestó al teléfono y escuchó la voz de su joven socio—: Duncan, recibí tu mensaje. ¿Qué ha pasado?

—Niebla. Estamos atascados en… el hotel… ni idea... está junto al aeropuerto.

—He llamado a Denise, ¿puedes avisarla? Se ha dejado el móvil apagado. Y eso que le digo que se lo deje encen…

—Son las 3 y 26 —le interrumpió. En momentos como aquel realmente pensaba que Liam era imbécil—… de la madrugada, Liam.

—Perdona. No recordé la diferencia horaria.

Duncan se quedó callado. Encendió un cigarrillo mientras esperaba que Liam dijese lo que realmente quería decirle. Esperaba mil excusas que le justificaran.

—¿Te he despertado? —Liam se acobardó. Su padre le había dicho alguna vez que Duncan no tenía muy buen despertar. No sabía por donde salir, así que lo intentó a la desesperada—… ¿Qué tal está Denise? He llamado a su teléfono pero debe estar apagado.

—Tranquilo, me comporté, no la he esclavizado. Se encontró con una vieja amiga así que, PERMITÍ que bajara a cenar con ella —no sabía si esa conversación, cada vez más ilógica y absurda, le divertía o le aburría.

—¿Una vieja amiga?

—Sí. Maya no sé qué…

—No conozco a ninguna Maya —se quedó callado un momento antes de volver machaconamente al tema anterior—. No la entiendo… le digo que se deje el móvil encendido, que tiene que estar localizable y lo apaga.

—Está claro que es más lista que yo —murmuró sin preocuparse demasiado por si Liam le había escuchado o no—. Me voy a dormir. Llama mañana.

—Dile a Denise que encienda el móvil.

La vena sádica de Duncan se encendió del todo—: Tanaka está alojado también en este hotel.

—¿Tanaka?

—Sí, Patrick Tanaka, os conocisteis el año pasado, en Shanxi, ibas con tu mujer. O eso le entendí. Por cierto ¿cómo sigue tu brazo?

—Llamaré mañana —y colgó.

—¿Liam? —un gruñido precedió a la figura somnolienta que apareció en el marco de la puerta.

—No.

—¿Nos vamos?

—Era Sandra, mi secretaria, que no conoce eso de los husos horarios. Vuelve a la cama.

Denise se quedó plantada junto al sofá—: Era Liam. ¿Por qué no me pasaste el teléfono?

—¿Y cómo se lo explico? “Hola Liam, sí, tu mujer está aquí conmigo, deja que saque la polla de entre sus piernas y te paso el teléfono. No te preocupes, hemos usado protección.” Debería dormir en el sofá —se sintió como un imbécil.

—Es incómodo. Ven a la cama, es grande.

—Estoy cansado.

—Prometo no violarte. Vamos… —tiró suavemente de su mano haciéndole entrar en el dormitorio. Denise se echó a un lado y dejó que Duncan se echara en el otro—… es grande, no me tienes ni… que rozar…

domingo, 18 de marzo de 2007

En la niebla (5)

Duncan se levantó de la cama, necesitaba alejarse un poco. Sacó un cigarrillo y se puso a mirar las pequeñas luces que se distinguían entre la maldita niebla. En una de esas luces habían pasado tres días. En el piso 13 del hotel Intercontinental.

Duncan en realidad no miraba a ninguna parte, estaba sumido en sus pensamientos. Aquella maldita niebla que les había retenido en aquel país más de lo que él habría deseado ya no le resultaba tan maldita…

…La compañía aérea les había buscado alojamiento en aquel hotel cerca del aeropuerto, una suite a nombre del señor y la señora Black. Una gran cama de matrimonio, un gran sofá en el qué él había decidido dormir, un baño con una gran bañera, un minibar bien surtido, un equipo de música y televisión y unas vistas espectaculares, cuando la niebla lo permitía, al otro lado de los grandes ventanales.

El sofá en realidad parecía algo pequeño para él, y no tenía pinta de ser demasiado cómodo, pero no podía dejar que Denise durmiese allí. Aun no se encontraba del todo recuperada de aquel “amago” de neumonía asiática que les había retrasado casi una semana.

En realidad se sentía culpable. No había dejado de echarle en cara a Denise la cantidad de quebraderos de cabeza que su enfermedad les había provocado. Denise se había puesto enferma nada más llegar a Shangai, y aunque ya en Hanoi su cara estaba demasiado pálida, él había preferido fingir que no se había dado cuenta. Y como una especie de castigo del destino o de reajuste del Karma no había podido trabajar. Había estado tres días inactivo encerrado en el hotel, sin poder salir de su habitación, porque el doctor Zhang temía que los síntomas de Denise se correspondieran con los de la neumonía asiática.

Al final todo había quedado en un susto. No era más que un catarro agravado por el cansancio. Pero para él habían sido cinco días de retraso, y había tardado medio día en cuadrar la agenda. Estaba tan furioso que estuvo a punto de enviarla de vuelta a Londres en el primer avión.

Duncan soltó una carcajada al recordarlo. Se había pasado cinco días ignorándola, no le había dirigido la palabra hasta la firma del contrato con la compañía de Smith, y después de eso, cuando se encontraban en el aeropuerto dispuestos a tomar el avión que les llevaría por fin a Londres… había llegado la niebla y se habían encontrado encerrados en la misma habitación de hotel. Todo porque alguien había creído que el señor Duncan Black y la señora de William Black estaban casados. Tenía que ser cosa del Karma.

Había bajado al restaurante sin esperarla y media hora más tarde la vio entrar acompañada de una mujer más alta que ella, pelirroja, elegante, con una mirada azulada y distante como el vestido que llevaba. A su lado Denise parecía aún más discreta, con sus pantalones vaqueros y su jersey negro de cuello vuelto, subida en sus botas de tacón alto. Ella pareció buscarle con la mirada, pero no le encontró, o quizás no quiso encontrarle y se sentó con aquella mujer a la que parecía conocer muy bien por lo animadamente que charlaban.

Duncan se había sentado junto a la ventana, le gustaba mirar el paisaje al otro lado, aunque en una noche como aquella perdía su sentido, disfrutaba de una copa de vino blanco y del salmón.

—¿Señor Black? —aquella voz de hombre con un ligero acento americano…

—Señor Tanaka —señaló la silla vacía que tenía frente a él, no había necesitado levantar la mirada para reconocerle—. No esperaba verle aquí.

—Tuve que retrasar mi viaje y aquí estoy.

—Creí que tenía un apartamento en la ciudad.

—Vivo demasiado lejos del aeropuerto, así que la compañía me alojó en este hotel. ¿Le molesto?

—No. Si hace el favor de acompañarme me hará un gran favor —miró distraídamente a la mesa de Denise—. La señora Black está cenando con una vieja amiga.

—Ya he cenado, pero gracias. No sabía que estaba casado.

—No, es la mujer de mi socio —se sintió obligado a explicarse—: Liam iba a hacer el viaje, pero tuvo un accidente con la moto y se rompió una mano.

—Conocí a su socio y a su mujer —hizo memoria—… Greta, hace un año en Shanxi. Una mujer preciosa…


—¿Sigues enfadado? —preguntó su suave voz sacándole del ensueño.

Duncan se giró sorprendido. No sabía a qué se refería—: ¿Enfadado? ¿Por qué?

—Antes…

—Antes… —repitió mecánicamente—… Has vuelto a poner música.

Don't need another resolution to feel
As though I'm going somewhere, somewhere


—¿Te molesta?

—¿Esta vez no quieres que te diga lo que dice?

—Claro.

—No puedo… Desde aquí no leo el librito que viene con el CD.

Ella se quedó un segundo mirándole sin saber a qué se refería, y de repente se acordó, cuando él había entrado ella tenía el librito en la mano y lo había dejado abierto sobre la mesa. Justo delante de donde él había estado sentado. Esbozó una suave sonrisa—: ¿Y te gusta?

—Sí, me trae recuerdos de mi casa, cuando era pequeño. ¿Por qué me miras así?

—Me cuesta imaginarte pequeño —cogió su mano sin permiso y puso palma contra palma para comparar la diferencia de tamaño entre las manos grandes de él y las pequeñas manos de ella.

—Soy judío.

—Lo sé.

—¿Liam?

—Sí, no —se quedó callada un momento antes de explicarse—. Cuando me lo dijo ya lo sabía.

—¿Lo sabías?

—¿Oyes la voz del hombre?

—Sí. Es el kol nidré.

—Es lo mismo que sonaba aquella vez.

“Kol nidré, Yom Kippur…” se hizo la luz. Había ido a la sinagoga en Yom Kippur por primera vez, después de muchos años, tras la muerte de su padre, no sabía porqué. ¿Culpa quizás?

—Fui con Max —Duncan la miró sin entender. Max… su amigo Max, el padre de Liam, el suegro de Denise ¿Max en una sinagoga?—. No se encontraba muy bien. Me pidió que fuera con él, me dijo que tenía que “acompañar” a un amigo. Se había peleado con Maggie.

Duncan sonrió. Maggie era la mujer de Max; llevaban más de cuarenta años felizmente casados el uno contra el otro. Se preguntó cómo habría conseguido entrar Max en la sinagoga… —¿Qué quieres saber?

En los labios de entreabiertos de Denise podía ver una pregunta asomándose—: Tu nombre…

Lo entendió a la primera—: Jacob. Sólo mi padre me llamaba así…

—Jacob, vamos a la cama, hace frío.

—Señorita... que se ha creído…

Ella soltó una risa suave como una cascada y le miró con los ojos muy abiertos. Y en ese momento Duncan se preguntó, realmente quién había seducido a quién.

viernes, 2 de marzo de 2007

En la niebla (4)

Od'yishoma be'harei yehuda, uvechutzot Yerushalayim
Od'yishoma be'harei yehuda, uvechutzot Yerushalayim
Kol sasson v'kol simcha
Kol chatan v'kol kallah

Denise se giró asustada al oír el ruido de la puerta al abrirse. Había cogido el disco que Duncan había dejado olvidado sobre la mesa y lo había puesto en el equipo de música. Quería escuchar música y sus cds se habían quedado en la maleta que seguía en el avión.

—Lo siento —murmuró como disculpa.

—¿Te gusta? —dejó la chaqueta sobre la mesa, bajó el volumen de la música y se sentó en el sofá, mirándola. Ella seguía de pie, sin saber si sentarse o quedarse ahí, en medio de la habitación sin saber muy bien a dónde ir, o qué hacer.

—Sí. Suena bien.

—¿Les conocías?

—No. ¿Qué dice?

—Mmm… "Aún se escucha… harei… en las montañas de Judá y… chutzot Yerushalayim… en las calles de Jerusalén la voz… sasson… de la risa y la voz de la alegría, la voz del novio y de la novia." Más o menos eso dice…

Otra vez el silencio.

—¿Cómo convenciste al de Hong Kong para que firmara?

—Fue fácil. Le dije que le harías una mamada.

Duncan la miró sorprendido sin poder creérselo, y soltó una carcajada que pareció romper el muro que les separaba.

—A Smith le gusta mirar.

— ¿Te has ido de putas con él?

—Sí. Alguna vez —la miró directamente a los ojos, metió la mano en el bolsillo y sacó el paquete de cigarrillos aún sin abrir, al hacerlo tocó el paquete de condones que había comprado en la farmacia.

—Ahm.

—¿Te parece mal? ¿A la señorita le parece mal? Soy un hombre solitario, pero tengo necesidades —Duncan la miraba directamente a los ojos esperando su respuesta. Aunque no la necesitaba, le bastaba con ver su cara para saber que estaba pensando—. Le comió la lengua el gato —dijo con un deje irónico, se levantó y caminó hasta la mesa para coger el encendedor que había dejado junto a la cartera.

—No —contestó Denise al fin en un susurro—. No —dijo subiendo el tono de voz.

A Duncan no le hizo falta girarse para saber que ella no había dejado de mirarle, sentía su mirada fija sobre su nuca. Así que se tomó su tiempo. Encendió el cigarrillo sin girarse y le dio una profunda calada.

Se dio la vuelta. Estaba más cerca de lo que él creía. La tenía justo al lado. Denise cogió el cigarrillo de su mano y le dio una calada. Le miró a los ojos mientras le devolvía el cigarrillo agarrándolo por la mitad suavemente con dos dedos, dejándole sitio para que pudiera poner los dedos en el filtro.

Duncan puso los dedos sobre los dedos de Denise. Sonrió sin apenas ser consciente de que lo hacía. Era una sonrisa abierta, seductora, tremendamente seductora, no sólo sonreía con los labios si no también los ojos. Le dio una calada al cigarrillo con los dedos de Denise atrapados debajo de los suyos, pero ella ni se inmuto.

No se inmuto, tampoco, cuando apagó el cigarrillo a la tercera calada, aún sin soltar sus dedos. Ni cuando desabrochó de nuevo su cinturón; o cuando bajó el cuello alto del jersey que llevaba y dejando al alcance de sus dedos esa zona de piel que él sospechaba muy sensible había empezado a masajearla. O cuando había dejado que la levantara un poco para poder tenerla a su altura, ya que ya no llevaba los 8 centímetros extra del tacón de las botas y con ellos no es que fuera tampoco muy alta. O cuando su mano izquierda se perdió por su espalda bajando hasta dejar de tocar eso que se llamaba espalda, o cuando su mano derecha se perdió entre sus pechos mientras buscaba el cierre de su sujetador para liberarlos…

Después, con una de sus manos sobre la parte baja de su espalda, la había atraído hacía él, apretándola contra él, haciendo que le sintiera. Que notara su excitación. En ese momento ella comenzó a inmutarse. Había intentado contenerse. Ella estaba casada. Él no. Una cosa era una estúpida paja. Pero aquello…

Se dejó conducir a la habitación, él había recogido al vuelo su americana. Estaban frente a frente, los dos descalzos, ella puso las manos sobre su pecho, tranquila, serena, y fue desabotonando con calma los botones de la camisa de Duncan, no tenía ninguna prisa. Acarició delicadamente su piel. Y acercó sus labios para besarla, sintió como él se estremecía de placer, y un gemido le confirmó que lo estaba haciendo bien y se dejó llevar.

miércoles, 28 de febrero de 2007

En la niebla (3)

Denise le miraba mientras Duncan sacaba el paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta, extraía uno cuidadosamente, como lo hacía todo. Tenía unos dedos largos, como los de un pianista. Al ver como esos dedos se introducían en el paquete buscando un cigarrillo notó una contracción involuntaria de su cerebro y sintió como la excitación le recorría la columna vertebral. Esos dedos habían jugado dentro de ella. Y aun recordaba el placer que había sentido. Pero no fue sólo su cerebro el que se contrajo.

Nunca antes se había fijado en él. Era mayor que ella, se notaba en la mirada, en la voz, dura, profunda e intensa; en los gestos adustos y a veces fríos, en esa forma de reír, nunca sonreía con la boca. Su mirada era dura siempre que la miraba. Por primera vez, en el reflejo de aquella enorme ventana, en aquel momento la había mirado con suavidad, como acariciándola con los ojos.

Tenía los ojos oscuros, que contrastaban con ese pelo tan claro, era glacial. Siempre había tenido miedo de él, desde que Liam les presentó. Era siempre tan adusto y frío con ella. Sabía que él consideraba que era una pequeña advenediza.

Sonaba tan ridículo lo de advenediza. Liam se había reído cuando se lo dijo. Parezco la advenediza de una mala novela. Y él se había reído a carcajadas.

— ¿En qué piensas?

—En nada.

— ¿Nada? Cosas de advenedizos —una sonrisa perversa afloró en sus labios—, seguro.

— ¿Te lo contó? —Denise se ruborizó rápidamente. Sentía como las mejillas le ardían de la vergüenza.

—Le hizo gracia. ¿Fumas? —preguntó tendiéndole un cigarrillo.

—No debió —rechazó el cigarrillo con la mano.

—Así que te doy miedo —la miraba directamente, sentado en el respaldo del sillón con una sonrisa en los labios mientras encendía el cigarrillo.

—Yo no he dicho eso —sintió unas ganas inmensas de quedarse viuda.

—Tampoco hace falta.

—No te tengo miedo.

—Pequeña —se paró un instante junto a ella lo justo para casi susurrarle al oído—, mientes fatal —un inmenso silencio les invadió hasta que él no aguantó más—: No me queda tabaco, ¿quieres algo de abajo? —preguntó mientras recogía la americana al pasar y salía por la puerta sin esperar una respuesta por su parte.

Se quedó parado delante del ascensor. Estaba seguro de haber oído suspirar aliviada a Denise mientras cerraba la puerta. ¿Se había vuelto loco? Había hecho una estupidez. Una autentica estupidez. Una estupidez que le podía costar muy cara. William, además de su socio, era su amigo y el hijo de un viejo amigo; Max, el antiguo socio de Duncan que se había retirado al cuarto ataque al corazón.

domingo, 18 de febrero de 2007

En la niebla (2)

Duncan se sentó en el sillón, se puso las gafas y sacó del maletín los acuerdos que quería firmar en Shangai. Encendió la lámpara y empezó a marcar con la pluma lo que no acababa de convencerle del todo. Siempre había dicho que todo trato era mejorable por muy bueno que pareciese.

Levantó la mirada, la mano de Denise estaba sobre su vientre, rozándole con la punta de los dedos, por encima del pantalón, una polla que empezaba a hincharse a su pesar. Retiró la mano con delicadeza. Sintió electricidad al tocar esos dedos pequeños, suaves y ágiles…

—¿Qué haces?

—Devolverte el favor.

—No quiero traicionar a Liam.

—Me has mastur…

—Tenía ganas de darte placer —la miró por encima de las gafas—. ¿Te he molestado?

—No —contestó tímidamente—, me sorprendiste.

—Oh. No pretendía…

—Me has metido los dedos… dentro.

—Tienes una vagina preciosa —lo dijo con la misma emoción con la que alababa la gestión de una fabrica, o el trabajo de su secretaria. Se colocó las gafas para seguir leyendo.

—No la has visto.

—La toqué.

—Me gustó —Duncan se quedó extrañamente callado. Era algo que ridículamente no había esperado que pasara. Su gesto adusto desapareció, iba a decir algo pero no fue capaz—. ¿Qué te pasa?

—Me gusta tu mano… —Denise había vuelto a colocar su mano sobre su pantalón mientras hablaban—... debiste haberla quitado.

—Ya he notado que te gusta.

—¿Lo notas?

Ella asintió con la cabeza, extendió los dedos de la mano y la movió circularmente, acariciando con la palma aquel bulto que empezaba a endurecerse aún más.

—Deni… —gimió.

—¿No te gusta?

Duncan echó la cabeza hacia atrás, mientras ella seguía tocándole por encima del pantalón.

—¿Por qué paras?

—¿Quieres que siga? —Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise.

—¿Quieres que te lo pida? —Denise no contestó, sólo sonrió—. Sigue… por favor…

Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos. Denise abrió el cinturón, bajó la cremallera, metió la mano y siguió acariciándola, ahora la notaba más caliente, más dura, sólo la separaba aquel bóxer negro de algodón. Parecía más grande de lo que había imaginado y realmente le apetecía ver que había por debajo de aquella tela que poco a poco se estaba mojando de la excitación.

—Denise… —ella había sacado por fin su pene y lo acariciaba con la punta de los dedos. Era sin duda más grande de lo que había pensado. Lastima no tener una cinta métrica para medirlo. Lo tocaba como si fuera a romperse, con mucha delicadeza, aunque la verdad lo hacía porque sabía que Duncan se estaba poniendo malo y necesitaba un trato no tan delicado en esos momentos—… te juro que no se va a romper.

—¿No? —Denise sonrió malévolamente y comenzó a masturbarlo de verdad haciendo que Duncan gimiera más alto como toda respuesta.

Sus gemidos se hacían más fuertes, ella sentía como latía, como palpitaba a punto de estallar y paró. Duncan metió la mano en su bolsillo, sacó un pañuelo blanco y se lo dio.

Denise siguió masturbándole hasta hacerle correrse en el pañuelo.

sábado, 17 de febrero de 2007

En la niebla

—¿En qué piensas?

—Es la primera vez que echo de menos Londres.

—La niebla… pasará.

—Lo sé. Pero es una sensación extraña, nunca la he considerado mi ciudad. No nací en Londres, ¿lo sabías?

—Liam me lo dijo.

—Tu marido habla demasiado.

—No me dijo dónde.

—Nunca se lo dije. Nací en Paris. ¿Has estado en Paris? Una chica como tú, tan viajera y romántica tiene que conocer Paris.

—Estuve hace unos años, un par de días —sonrió Denise—: Hace diez minutos te metías conmigo.

—Discúlpame.

Denise se quedó mirando aquellos pedazos de ciudad que se dejaban ver a través de la densísima niebla. Era como si un manto gris lo cubriera todo. ¿Por qué habían discutido? No lo recordaba. Sólo veía pequeños pedacitos de luz que aparecían diseminados por el horizonte. La ciudad estaba a unos pocos kilómetros, eso le habían dicho en recepción.

Duncan se acercó a ella, olía a flores, podía ver su reflejo en los grandes ventanales, se preguntó si en un día despejado podrían verles desde fuera.

—No cambia —el tono de su voz era muy neutro, muy calculado, muy gris, muy niebla.

Duncan pasó los brazos hacia delante casi abrazando a Denise pero sin tocarla, desabrochó el cinturón, soltó el botón y bajó la cremallera del pantalón de Denise. Antes de que ella pudiera decir algo, sus dedos se introdujeron bajo la tela del pantalón y empezaron a acariciarla. Apartó con delicadeza sus bragas y metió los dedos por debajo de la fina tela acariciándola, buscando sus puntos más sensibles.

Denise se contrajo de la sorpresa al sentir dos de sus dedos hurgando completamente dentro de ella, mientras que con otro acariciaba su clítoris. Ni una palabra, ni una caricia, nada, sólo una mano tomándola de la cintura para evitar que se cayera y la otra dedicada a proporcionarle placer.

El Duncan que se reflejaba en el cristal de la ventana tenía la misma cara seria que ponía cuando hablaba de negocios, en realidad su rostro sólo cambiaba cuando se relajaba y nadie solía ser testigo de ese milagro.

Siguió acariciándola hasta que ella se corrió en su mano. En ese momento sacó la mano y se dirigió al baño.

Denise se sentó en el sofá intentando recuperar el aliento que el orgasmo brutal le había robado. Oía como Duncan se lavaba las manos en el servicio, no conseguía imaginarse que se le había pasado por la cabeza para hacer eso. Él era tan serio, tan adusto, siempre tan frío con ella…

Se levantó como pudo y se arregló la ropa. Necesitaba una ducha, necesitaba despejarse, necesitaba pensar, pero no podía entrar en el baño estando él dentro…

De pie como estaba, junto a la puerta, podía ver como Duncan se secaba las manos con la toalla. Con tranquilidad, con indolencia, como si no hubiera pasado nada especial, como si sólo se estuviese quitando una mancha de tinta.

viernes, 16 de febrero de 2007

Haan y Magda (11º y fin)

Magda se detuvo ante la puerta, Lena se había apoderado de un mechón de su pelo y le había pegado un tirón. Definitivamente tendría que cortárselo o su hija acabaría dejándola calva. Dejó las bolsas en el suelo y se dedicó con delicadeza a desprender los dedos de su hija de su largo cabello—: Es mi pelo, Lena, no está bien que me tires de él. Me haces daño.

—¿Le llevo las bolsas, señora? —dijo una voz masculina ante ella. Había abierto la puerta al verla, atravesar el patio, desde la ventana. Cogió la niña de los brazos de su madre y una de las bolsas y entró en la casa—. Niña perversa, no dejas dormir a mamá.

—¿Estás mejor?

Él le acarició la cara, y le apartó un mechón que le tapaba el ojo izquierdo—: Tengo mejor cara que tú.

—¿Dormiste bien? —Magda dejó la bolsa en la cocina, y puso las flores en un jarrón mientras él acostaba a Lena en su cuna.

—Sí, tranquila. ¿Cómo está Mei?

—Bien. Me ha vuelto a revisar la mano.

—¿Todo bien?

—Se equivocó de mano.

Haan soltó una carcajada.

—¿Por qué no te duermes? Esta noche apenas has dormido.

—Odio dormir sola.

Magda dejó que Haan la arrastrara hacia la cama. Y dócilmente se echó en ella aún vestida. Haan la tapó con una manta, se echó junto a ella y le cantó una nana portuguesa, de esas que Magda le cantaba a Lena para hacer que se durmiera: Dorme enquanto eu velo... Deixa-me sonhar... Nada em mim é risonho. Quero-te para sonho, Não para te amar*.
*versos de Pessoa

Haan y Magda (10º fragmento)

Magda reía. Magda reía a carcajadas, muy divertida. No le importaba que la gente de la pequeña cafetería la estuviese mirando. Se había acostumbrado a ser una extranjera en Beijing.

—¿De qué te ríes? —Mei revisaba la mano derecha de Magda.

—Hace más de dos años que me rompí la mano —se quedó muda un instante, recordaba las noches que pasaba en casa de Haan, en las que él la desvestía porque la mano le dolía y aquellas mañanas en las que la ayudaba a vestirse. Hacía tanto tiempo de todo aquello—… Ya se curó.

—Es bueno que pases una revisión.

—Mei… me rompí la izquierda.

Mei muy avergonzada dejó caer la mano de Magda y dirigió su atención a la pequeña Lena, sentada en el regazo de Zhang.

—¿Cuántos meses tiene?

—Casi 8.

—Es un poco pequeña ¿no?

Lena había nacido en una noche de tormenta. Había llegado demasiado pronto y era demasiado pequeña, pero era fuerte y sólo había pasado un par de semanas en la incubadora.

Tenía los ojos de su padre, y el pelo de su madre. La piel tan blanca como la de su madre, pero con la suavidad de la de su padre. Aún no hablaba, pero sabía gritar y llorar.

—¿No es un poco pequeña?

—Mmm… perdona. Sí, nació a los siete meses. Cuando estuve en Portugal.

—Pensé que no volverías.

—Me gusta este país. Tengo que irme. Se me hace tarde —se levantó de la silla y cogió a Lena de la silla que tan amablemente el dueño de la cafetería le había prestado.
—¿Quieres que te acompañe?

—No, sólo compraré un par de cosas en el mercado. No hace falta.

—Pero tienes que cargar con ella…

—¿Quieres venir? —Magda sonrió divertida.

—Bueno… si me necesitas…
—¿Puedes coger a Lena? Aun no le he cogido el tranquillo a eso de atármela al pecho. Me acaba tirando del pelo. Debería cortármelo pero me gusta largo.
Mei cogió a Lena de los brazos de Magda y salieron de la cafeteria.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Haan y Magda (9º fragmento)

—Buenas noches, Magda —dijo una voz femenina desde la penumbra, al ver que despertaba—. ¿Has dormido bien?

—Sí —¿Quién era ella? Se preguntó Magda aún adormilada.

—Soy Ziyi. Haan se está dando una ducha —salió de la penumbra con una pequeña taza en la mano. Haan había echado las cortinas y bajado las persianas para que la luz no molestase a Magda—. ¿Te sientes mejor? —le dio la taza de té. Se parecía mucho al señor Kwai. Haan tenía razón.

—Sí —bebió un sorbo de la taza, estaba muy caliente pero tenía un sabor agradable—. Gracias.
—¿De cuánto estás? —Ziyi la examinaba con la mirada, de pie junto a la cama.

—Tres meses y dos semanas —se tocó el vientre para asegurarse de que Lena, o Haan, seguía allí.

—Aun no da patadas —hizo un mohín de desencanto. Le habría gustado sentir a su pequeño sobrino. De pronto, su cara cambió y sonrió amigablemente. Era una mujer muy guapa. No parecía de ningún modo mayor que Haan—. ¿Por qué me miras así? —Ziyi sintió la intensa mirada de Magda sobre ella—: ¿Soy tan fea?

—¡No! —negó rotunda—. No pareces mayor que Haan.

—Tengo dos años más que él. Sólo dos —sostuvo la taza al ver que Magda quería levantarse. Le retiró el revuelto pelo de la cara para poder verla bien—. Y tampoco me parezco mucho a él ¿verdad? Yo no soy totalmente china, él sí. Mi madre era de Vietnam.

—Como Nhu —dejó escapar en forma de murmullo.

—¿Te sientes mejor Magda? —Haan salió del baño con el pelo aún mojado y una toalla en la mano, había oído la voz de Magda. Ella asintió con la mejor de sus sonrisas—. ¿Te das una ducha y nos vamos a cenar? ¿O prefieres un baño? Te lo preparo enseguida.

—Una ducha me vendrá bien —Magda se sentía mucho más descansada. Se metió en el baño.

Haan respiraba más tranquilo, se sentó en la cama junto a Ziyi. Ella le quitó la toalla de las manos y empezó a sacarle el pelo mojado.

—Ziyi... —su voz temblaba. Tenía que decírselo. Era su oportunidad. No era una frase difícil: "Ziyi me muero."

—¿Sí? —su voz sonaba tan alegre... que no pudo continuar.

—¿Te gusta Magda? —fue lo primero que se le ocurrió.

—Me gusta que te haga feliz. Tendréis un niño precioso —Haan se echó a llorar. No pudo contener más las lágrimas. Lloraba porque se sentía incapaz de confesar que se moría. No había podido decírselo a nadie. Ni siquiera a su madre. Sólo Magda lo sabía y se arrepentía de habérselo dicho. Quizás debería haber—... ¿Por qué lloras hermanito? ¿Te sientes mal? —se angustió. Las lágrimas de Haan se hacían inconsolables. Ziyi le abrazó con todas sus fuerzas—: Yo la querré mucho hermanito. Tanto como a una hermana.

Haan dejó de llorar. No quería que Magda le viese llorar. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. No pensaba volver a llorar nunca más. Se levantó de la cama, con la toalla aún sobre sus hombros, se acercó a la ventana y permitió que la luz entrase en la habitación. Aún quedaba sol.