domingo, 24 de agosto de 2008

Gadi II

—¡Shalom, Becker! —Gadi se giró y se la quedó mirando sin poder creérselo. Estaba apoyada, con la pierna encogida, dejando que sus manos acariciasen la pared.

—¿Qué haces aquí? —había dicho en el kibutz que iba a patrullar cerca de la frontera, nadie le había preguntado por qué se iba sólo, él era Gadi. Conocía aquella vieja casa. Había pasado muchas noches de guardia en aquel lugar durante la guerra. Creía haberle hablado de aquel lugar, una vez… pero ella no podía saber como llegar hasta allí y no había oído el ruido de ningún coche.

—¿Tú qué crees? —se separó de la pared estirando la pierna y se colocó a dos pasos de él.

—¿Lo sabe Marty? —necesitaba separarse de ella, aunque sólo fuese mentalmente. Dar un paso atrás significaría demostrarle su debilidad… Podía sentir su olor. Olía tal como la recordaba. Sabía que ella conocía el efecto que tenía sobre él. Estaba más delgada, Marty le había dicho que había empezado a fumar.

—Dudo que haya algo en el mundo que Marty no sepa. Al menos en esta parte del mundo —Lara miraba a Gadi preocupada. Parecía cansado, en realidad parecía agotado. Le brillaban los ojos, parecía tener también fiebre. Recordó la primera vez que se habían visto. Aquel hombre alto y delgado con gabán negro en la estación de tren, al que había confundido con su profesor de matemáticas. Sonrió al recordarlo, no se parecía en nada al profesor Meyer.

—¿A qué has venido? ¿A salvarme? —una sonrisa amarga iluminó brevemente el rostro de Gadi.

—No, Becker —Lara torció levemente la cabeza. Los ojos de Gadi le fascinaban desde la primera vez que los había visto en aquella estación, había sentido como la miraban y como la atrapaban. Se acercó a él despacio, y puso las manos suavemente sobre su pecho—: A hacer el amor contigo —dijo suavemente y poniéndose de puntillas le besó con la misma suavidad la nariz. Gadi atrapó su nuca y buscó sus labios con los suyos.

—¿Realmente me deseas? —preguntó él casi tímidamente. Se había separado de ella nada más besarla, como temiendo no ser capaz de soltarla.

—¿Realmente me deseas tú a mí? —respondió ella con esa sonrisa tímida perenne que le iluminaba el rostro.

viernes, 22 de agosto de 2008

Safo

…yo te buscaba y llegaste,
y has refrescado mi alma
que ardía de ausencia.