Recuerdo un cuento que leí hace mucho tiempo, es la historia de un gran espadachín. Había estudiado con los mejores maestros de la espada, se había batido en mil duelos, y todos los había ganado. Un día llegó un nuevo espadachín al que nadie conocía. Este le retó en duelo y él aceptó. Al amanecer del día siguiente ambos se batirían en duelo en el prado.
El gran espadachín se preparó como hacía siempre que tenía un combate. Se entrenó un poco, leyó, cenó no muy copiosamente, y se fue a descansar.
Al amanecer se encontraba en el prado frente a su adversario. Se saludó protocolariamente con él, comenzó el duelo, y justo en aquel momento pensó—: “¿Y si pierdo este combate?”
Y en aquel momento recibió la estocada fatal.
El gran espadachín se preparó como hacía siempre que tenía un combate. Se entrenó un poco, leyó, cenó no muy copiosamente, y se fue a descansar.
Al amanecer se encontraba en el prado frente a su adversario. Se saludó protocolariamente con él, comenzó el duelo, y justo en aquel momento pensó—: “¿Y si pierdo este combate?”
Y en aquel momento recibió la estocada fatal.
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