—¿Te pasa algo, onii-sama? —Maya había notado que Keina no dejaba de tocarse los ojos.
—Me duele la cabeza.
—Piensas demasiado.
—Puede ser —sonrió. ¡Tenía que ser amable! ¡Tenía que ser amable! ¡Tenía que ser amable!
Maya se levantó de un salto, cogió la mano de Keina y tiró de él. Se sentó en el sofá—: Pon tu cabeza aquí —señaló su regazo—. Yo te quitaré el dolor
¿Se había vuelto loca? ¿Poner la cabeza sobre sus piernas? ¿Creía que eso le quitaría el dolor de cabeza? Iba a irse, cuando recordó lo que le había dicho su padre. No podía ser tan frío con ella.
Sabía que su padre temía que acabara solo en el mundo. Temía que si apartaba a Maya de su lado, no quedaría nadie. Quizás tenía razón.
Dejó la cabeza sobre sus piernas. No esperaba nada de ella, era una absoluta perdida de tiempo.
—A papá le dolía la cabeza, entonces yo le acariciaba la cabeza así. Y él se sentía mucho mejor.
Los dedos de Maya recorrían la cabeza de Keina. Despacio, con suavidad, con ternura. Parecían las manos de una niña pequeña, acariciando la cabeza de su padre.
—Papá decía que el dolor se iba —los dedos de Maya recorrían la cara de Keina, acariciaban sus labios, sus ojos, su nariz—. ¿Te sientes mejor Keina-sama?
Keina siguió con la mano por el brazo de Maya, hasta llegar a donde quería llegar, su cuello, aplicó un poco de presión para hacerla bajar y sin abrir los ojos le plantó un beso en la mejilla—: Gracias, Maya. Me siento mucho mejor.
Se levantó, tenía que irse antes de que dijera, o hiciera, alguna estupidez de las que solía hacer que acababa preocupando a su padre.
Cuando estaba al lado de la puerta, sintió el impulso de preguntar—: ¿Cuántos años tienes, Maya?
—17.
—¿Por qué eres tan buena conmigo, Maya?
Podía imaginar la respuesta. “Eres mi Onii-sama”.
—Porque te quiero, Onii-sama.
—¿Eh? —no pudo evitar turbarse. ¿Cómo podía decirle algo así, con esa naturalidad? Aún seguía siendo una niña.
—¿Onii-sama… me besarás cuando cumpla 18?
—¡Pero si acabo de besarte! —río.
—En la boca.
Keina se quedó helado. Durante un segundo no supo que decir, pero se recuperó rápido. Aunque, no pudo evitar que su tono fuera más balbuciente, que sereno y calmado—: Con 18 seguirás siendo una niña, imoto-chan.
Por alguna extraña razón, a pesar de que no podía verla, Keina tuvo la sensación de que Maya sonreía.