La luz que
entraba por la ventana iluminaba su rodilla. Era el único pedazo de su piel que
no estaba tapado por las sábanas. Se levantó de la cama, se pasó la mano por el
pelo, aún seguía medio dormida. Se había despertado hacía al menos una hora,
pero no se había levantado de la cama, le gustaba quedarse quieta junto a su
cuerpo y notarlo junto al suyo.
Él se había
despertado mucho antes, hacía demasiado tiempo que no conseguía dormir, aunque
fingía para que ella no se preocupase. Con ella a su lado conseguía descansar
su cuerpo, aunque no su cabeza. Su cabeza no quería dejarse vencer. Se había
pasado casi toda la noche mirándola mientras dormía. Tenía la piel muy blanca,
aún era invierno. Tenía toda la piel blanca, tan blanca que parecía hecha de
porcelana. Al amanecer su piel se iluminaba con la tenue luz que se filtraba
por las rendijas de las contraventanas.
A él le
gustaba el color de sus ojos. Era lo único que odiaba de que ella durmiese,
para dormir cerraba sus ojos. Tenía unos ojos claros y a la vez oscuros.
Castaños, brillantes, claros, eran sorprendentes, de color arena. Tenía ojos de
color de playa. Le gustaba cuando ella le miraba. Porque le miraba como si
estuviera explorándole. Como si quisiera a la vez conocerle y conquistarle.
Quería poseerle. Del mismo modo que se poseían, cuando hacían el amor. Profundamente,
sin miramientos. Sin nada más que ellos sin desvíos, nada más que gritos, susurros
y murmullos.
En aquellos
momentos no importaba nada, nada que ocurriera fuera de aquella habitación. El
resto del mundo desaparecía. Fuera de aquella habitación no había nada. El
mundo había muerto y todos sus habitantes con él.
Abrió los ojos.
—¿Por qué no
te quedas?
—Tengo clase a
primera hora, con el profesor Hsu.
—Te llevo en
coche.
—Yun me recogerá
—extendió la mano hacia la luz. Tenía que ir a ver a la doctora por la tarde—,
no te preocupes.
—¿Te duele?
Magda asintió.
Se había roto la mano de la forma más tonta, se le había caído la plancha en la
mano al abrir el armario y le había roto un par de huesos. Estaba casi curada,
pero aún le costaba moverla. Y dolía.
Haan fue a su
nevera, la abrió, pero no había ninguna sorpresa. Sólo le quedaban un par de
manzanas, debía ir a hacer la compra. Con la quimio había perdido el gusto,
casi todo le sabía a medicina, o a nada. Las manzanas eran de las pocas cosas
que le sabían a algo.
Cogió una de
las manzanas y se la ofreció a Magda, no la soltó y dejó que ella la mordiera.
Magda mordió de la manzana, desnuda, sentada en la cama, la manzana que él
sujetaba en la palma de la mano, de pie, junto a ella, desnudo.
Haan abotonó
uno a uno los botones de la camisa. Cogió el pantalón, lo dejó en el suelo y
esperó mientras Magda metía los pies en las perneras e intentó subírselas con
una sola mano, le costó, lo logró pegando tirones. Pero no podía abotonarlos.
Haan subió la cremallera y abotonó el pantalón.
—¿Por qué no
te quedas? —preguntó Haan, con su chaqueta de la mano.
—Tengo clase
—deseaba quedarse,… pero no podía hacerlo.
—Olvídala.
—Mi profesor
es un hombre muy exigente. Se dará cuenta de que no estoy. No puedo faltar ni
un día más a clase —había faltado demasiado por aquel estúpido accidente. .
—Tienes una
causa justificada —sabía que Magda no iba a cambiar de opinión, el accidente le
había hecho faltar a muchas clases—. Bueno, ¿volverás esta noche?
—Tengo un
examen mañana, tengo que estudiar.
—¿De qué?
—Con el
profesor Hsu. Tengo que impresionarle con mis conocimientos.
—Bueno… —se
rindió, le habría gustado estar con ella esa noche—, tenemos un problema.
—¿Qué pasa?
—Nos olvidamos
de algo —Haan cogió el sujetador que estaba colgado en la cabecera de la cama
con la punta de los dedos.
Magda levantó
los brazos y Haan metió la mano en el pantalón y tiró de los faldones.
—No quiero
llegar tarde —murmuró en el oído de Haan.
—Estudias
demasiado —desabotonó los botones superiores de la camisa, los justos para
sacarle la camisa por la cabeza. Le puso el sujetador, pasó los tirantes por
sus brazos y los subió por sus hombros y lo abrochó a su espalda. Se colocó a
su espalda, y metió la mano por debajo del sujetador, colocando un pecho en
cada una de las copas. Era un gesto de coquetería, pero se sentía obligado a
hacerlo.
—Si sigues
tocándome así, tendrás que desnudarme.
—Tienes clase
—murmuró Haan en su oreja. Le gustaba tenerla tan cerca de él.
Haaan le ayudó
a ponerse la camisa, y después la chaqueta.
Parecía tan
triste porque ella se iba que Magda no pudo evitar abrazarle, sin poner la mano
izquierda sobre su espalda. Había cometido ese error una vez y había acabado
aullando de dolor. Haan la besó, odiaba despedirse. Más aún en la puerta, se
sentía como una amante despidiendo a su amante casado, justo antes de que este
volviese a su casa con su mujer y sus hijos.
—¿Magda?
¿Tienes hijos?
—Sólo uno, y
no come mucho —bromeó. No entendía a qué venía esa sonrisa triste, ¿se sentía
quizás abandonado?—. ¿Puedo venir mañana? —a veces sus agendas no coincidían.
—Tendré
trabajo.
—¿Y pasado?
—Mejor el
lunes.
—¿5 días?
—Tengo una
conferencia este fin de semana en Sinchuan. Te lo dije.
—¿Ya? Es muy
pronto.
Magda salió de
la casa. Cerrando la puerta tras de sí. Caminó por el largo pasillo hasta las
escaleras. Las bajó corriendo, pero intentando no hacer demasiado ruido. Salió
al patio, atravesó la explanada y llegó hasta la moto, se puso el casco con una
sola mano. Sabía que Haan no estaría mirando, pero se dio la vuelta para mirar
su ventana. Esperó durante un buen rato. Yuu se estaba retrasando.
Haan se
vistió, a su pesar él también tenía cosas que hacer. Esperaba escuchar el ruido
de la moto de Magda al arrancar. La mañana era silenciosa, extrañamente
silenciosa. Oyó el ruido de una puerta al abrirse. Una voz decía «lo siento».
Pasados unos segundos el ruido del motor de la moto al arrancar y Magda se
había ido. Y a pesar de todo, Haan sabía lo de Yuu.
Yuu había
salido tarde, normalmente era él quien esperaba a Magda, pero aquella mañana se
había quedado dormido. Se había vestido a toda prisa y había bajado corriendo
las escaleras. Atravesó corriendo el patio al verla ya sentada esperando en la
moto. Cogió el caso que Magda le tendía y se lo puso, se sentó delante de Magda
y encendió el motor. Gritó un «lo siento» que el ruido del motor ahogó. Magda
se abrazó a él con fuerza y se fueron.
....
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