domingo, 18 de marzo de 2007

En la niebla (5)

Duncan se levantó de la cama, necesitaba alejarse un poco. Sacó un cigarrillo y se puso a mirar las pequeñas luces que se distinguían entre la maldita niebla. En una de esas luces habían pasado tres días. En el piso 13 del hotel Intercontinental.

Duncan en realidad no miraba a ninguna parte, estaba sumido en sus pensamientos. Aquella maldita niebla que les había retenido en aquel país más de lo que él habría deseado ya no le resultaba tan maldita…

…La compañía aérea les había buscado alojamiento en aquel hotel cerca del aeropuerto, una suite a nombre del señor y la señora Black. Una gran cama de matrimonio, un gran sofá en el qué él había decidido dormir, un baño con una gran bañera, un minibar bien surtido, un equipo de música y televisión y unas vistas espectaculares, cuando la niebla lo permitía, al otro lado de los grandes ventanales.

El sofá en realidad parecía algo pequeño para él, y no tenía pinta de ser demasiado cómodo, pero no podía dejar que Denise durmiese allí. Aun no se encontraba del todo recuperada de aquel “amago” de neumonía asiática que les había retrasado casi una semana.

En realidad se sentía culpable. No había dejado de echarle en cara a Denise la cantidad de quebraderos de cabeza que su enfermedad les había provocado. Denise se había puesto enferma nada más llegar a Shangai, y aunque ya en Hanoi su cara estaba demasiado pálida, él había preferido fingir que no se había dado cuenta. Y como una especie de castigo del destino o de reajuste del Karma no había podido trabajar. Había estado tres días inactivo encerrado en el hotel, sin poder salir de su habitación, porque el doctor Zhang temía que los síntomas de Denise se correspondieran con los de la neumonía asiática.

Al final todo había quedado en un susto. No era más que un catarro agravado por el cansancio. Pero para él habían sido cinco días de retraso, y había tardado medio día en cuadrar la agenda. Estaba tan furioso que estuvo a punto de enviarla de vuelta a Londres en el primer avión.

Duncan soltó una carcajada al recordarlo. Se había pasado cinco días ignorándola, no le había dirigido la palabra hasta la firma del contrato con la compañía de Smith, y después de eso, cuando se encontraban en el aeropuerto dispuestos a tomar el avión que les llevaría por fin a Londres… había llegado la niebla y se habían encontrado encerrados en la misma habitación de hotel. Todo porque alguien había creído que el señor Duncan Black y la señora de William Black estaban casados. Tenía que ser cosa del Karma.

Había bajado al restaurante sin esperarla y media hora más tarde la vio entrar acompañada de una mujer más alta que ella, pelirroja, elegante, con una mirada azulada y distante como el vestido que llevaba. A su lado Denise parecía aún más discreta, con sus pantalones vaqueros y su jersey negro de cuello vuelto, subida en sus botas de tacón alto. Ella pareció buscarle con la mirada, pero no le encontró, o quizás no quiso encontrarle y se sentó con aquella mujer a la que parecía conocer muy bien por lo animadamente que charlaban.

Duncan se había sentado junto a la ventana, le gustaba mirar el paisaje al otro lado, aunque en una noche como aquella perdía su sentido, disfrutaba de una copa de vino blanco y del salmón.

—¿Señor Black? —aquella voz de hombre con un ligero acento americano…

—Señor Tanaka —señaló la silla vacía que tenía frente a él, no había necesitado levantar la mirada para reconocerle—. No esperaba verle aquí.

—Tuve que retrasar mi viaje y aquí estoy.

—Creí que tenía un apartamento en la ciudad.

—Vivo demasiado lejos del aeropuerto, así que la compañía me alojó en este hotel. ¿Le molesto?

—No. Si hace el favor de acompañarme me hará un gran favor —miró distraídamente a la mesa de Denise—. La señora Black está cenando con una vieja amiga.

—Ya he cenado, pero gracias. No sabía que estaba casado.

—No, es la mujer de mi socio —se sintió obligado a explicarse—: Liam iba a hacer el viaje, pero tuvo un accidente con la moto y se rompió una mano.

—Conocí a su socio y a su mujer —hizo memoria—… Greta, hace un año en Shanxi. Una mujer preciosa…


—¿Sigues enfadado? —preguntó su suave voz sacándole del ensueño.

Duncan se giró sorprendido. No sabía a qué se refería—: ¿Enfadado? ¿Por qué?

—Antes…

—Antes… —repitió mecánicamente—… Has vuelto a poner música.

Don't need another resolution to feel
As though I'm going somewhere, somewhere


—¿Te molesta?

—¿Esta vez no quieres que te diga lo que dice?

—Claro.

—No puedo… Desde aquí no leo el librito que viene con el CD.

Ella se quedó un segundo mirándole sin saber a qué se refería, y de repente se acordó, cuando él había entrado ella tenía el librito en la mano y lo había dejado abierto sobre la mesa. Justo delante de donde él había estado sentado. Esbozó una suave sonrisa—: ¿Y te gusta?

—Sí, me trae recuerdos de mi casa, cuando era pequeño. ¿Por qué me miras así?

—Me cuesta imaginarte pequeño —cogió su mano sin permiso y puso palma contra palma para comparar la diferencia de tamaño entre las manos grandes de él y las pequeñas manos de ella.

—Soy judío.

—Lo sé.

—¿Liam?

—Sí, no —se quedó callada un momento antes de explicarse—. Cuando me lo dijo ya lo sabía.

—¿Lo sabías?

—¿Oyes la voz del hombre?

—Sí. Es el kol nidré.

—Es lo mismo que sonaba aquella vez.

“Kol nidré, Yom Kippur…” se hizo la luz. Había ido a la sinagoga en Yom Kippur por primera vez, después de muchos años, tras la muerte de su padre, no sabía porqué. ¿Culpa quizás?

—Fui con Max —Duncan la miró sin entender. Max… su amigo Max, el padre de Liam, el suegro de Denise ¿Max en una sinagoga?—. No se encontraba muy bien. Me pidió que fuera con él, me dijo que tenía que “acompañar” a un amigo. Se había peleado con Maggie.

Duncan sonrió. Maggie era la mujer de Max; llevaban más de cuarenta años felizmente casados el uno contra el otro. Se preguntó cómo habría conseguido entrar Max en la sinagoga… —¿Qué quieres saber?

En los labios de entreabiertos de Denise podía ver una pregunta asomándose—: Tu nombre…

Lo entendió a la primera—: Jacob. Sólo mi padre me llamaba así…

—Jacob, vamos a la cama, hace frío.

—Señorita... que se ha creído…

Ella soltó una risa suave como una cascada y le miró con los ojos muy abiertos. Y en ese momento Duncan se preguntó, realmente quién había seducido a quién.

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