«—Tienes una vagina preciosa —lo dijo con la misma emoción con la que alababa la gestión de una fabrica, o el trabajo de su secretaria…» Maya leía sentada en el coche. No podía creer que Denise hubiera escrito algo así de Duncan, se sentía extrañamente ofendida. Ella no le conocía como para poder hablar de él así. ¿Emoción? Era ella la que había sentido sus dedos acariciándola. La había hecho correrse tantas veces, que sus piernas se habían convertido en gelatina y se había apoyado en él para no caer al suelo.
—¿Te pasa algo?
—Yo no creo esto de ti —esperó que Duncan dijera algo—, eres muy serio, pero no… tú no eres así.
—¿Cómo no soy? —ella se quedó callada—, ¿o cómo soy? —Maya le acarició la barbilla—. ¿No te atreves a decírmelo? Sé como soy.
—«¿!de putas!?» —gritó para sí, acababa de releerlo. Duncan soltó una carcajada. Le divertía verla tan furiosa y que Denise creyera que él pagaría por sexo. Se había equivocado con aquella pelirroja lujuriosa, en el fondo era una puritana.
—Hemos llegado —anunció Duncan, bajó del coche y le abrió la puerta a Maya. Maya le estrechó la mano al bajar del coche ante su casa, siempre se despedía así.
Max les había presentado fugazmente durante una fiesta: “Mi nuera, mi socio”. Duncan no tuvo tiempo de echarle más que un vistazo, Max la había arrastrado hacía otro grupo de gente. Le pareció joven, pequeña, y tímida, muy tímida. Nunca se la habría imaginado así. Había vuelto a verla después, cuando se había acercado tímidamente a despedirse de él en el aparcamiento. Se había preparado para un par de besos superficiales pero ella le había sonreído con los ojos, no con los labios, y había extendido la mano ante él y ante Sabrina, ante el estupor de ambos, “No me gusta besar.” Y les había estrechado la mano.
—¿Te pasa algo?
—Yo no creo esto de ti —esperó que Duncan dijera algo—, eres muy serio, pero no… tú no eres así.
—¿Cómo no soy? —ella se quedó callada—, ¿o cómo soy? —Maya le acarició la barbilla—. ¿No te atreves a decírmelo? Sé como soy.
—«¿!de putas!?» —gritó para sí, acababa de releerlo. Duncan soltó una carcajada. Le divertía verla tan furiosa y que Denise creyera que él pagaría por sexo. Se había equivocado con aquella pelirroja lujuriosa, en el fondo era una puritana.
—Hemos llegado —anunció Duncan, bajó del coche y le abrió la puerta a Maya. Maya le estrechó la mano al bajar del coche ante su casa, siempre se despedía así.
Max les había presentado fugazmente durante una fiesta: “Mi nuera, mi socio”. Duncan no tuvo tiempo de echarle más que un vistazo, Max la había arrastrado hacía otro grupo de gente. Le pareció joven, pequeña, y tímida, muy tímida. Nunca se la habría imaginado así. Había vuelto a verla después, cuando se había acercado tímidamente a despedirse de él en el aparcamiento. Se había preparado para un par de besos superficiales pero ella le había sonreído con los ojos, no con los labios, y había extendido la mano ante él y ante Sabrina, ante el estupor de ambos, “No me gusta besar.” Y les había estrechado la mano.
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