lunes, 24 de diciembre de 2007

En la claridad (5)

El teléfono sonó, era Denise—: ¿Te gustó? —preguntó burlonamente.

Duncan dudó si era mejor mentirle y decirle que ni siquiera había abierto el sobre, pero descartó la idea ¿de qué iba a servir? No sabía de qué iba todo aquello—: ¿A qué viene esto?

—Maya me lo envió. Ese material es… ¿lo leíste? —no esperó su respuesta, y se embaló—. Me encantan los e-mails de Maya. Son tan intensos algunas veces, otras veces son divertidos, pero ninguno había sido tan intenso como ese. Tan sexual. Dejó tantas cosas a mi imaginación. Mi libido se disparó. Empecé a imaginar lo que había pasado en aquella habitación y escribí mil cosas. Era genial para un relato. Sí. No. ¿Pasaba algo más? ¿Era real? ¿Ella bajaba al piso de abajo? Pero pensé en Maya, es mi amiga. Tampoco podía traicionarla… ella me lo contó en confidencia, no esperaba que… bueno, yo no esperaba que eso pasara. Así que cambié muchas cosas.

Duncan no la escuchaba, había recordado aquella frase: «Me cuesta imaginarte pequeño.» Las pequeñas manos de Maya agarraban su mano izquierda, sentada a su lado en la sinagoga, acompañándole y del otro lado su viejo amigo Max. Aquel gesto cariñoso de Maya le había tomado por sorpresa. Le había tomado la mano, no la había soltado durante todo el funeral y él no se había atrevido a tirar de ella para recuperarla. En el fondo aquel contacto le gustaba.
— ¿Para qué me lo enviaste?
—Quería ver tu cara.
— ¿Y qué has visto?
—Hola —repitió un poco más alto—: ¡Hola! —Maya estaba de pie ante él, con sus pantalones vaqueros, su abrigo y aquel jersey dos tallas demasiado grande, y con una sonrisa en los labios, labios que volvieron a moverse para dirigirse a él de nuevo—… Hola Duncan.

—Hola —colgó a Denise sin pensar.
—Estabas tan ensimismado que no me has oído. ¿Estabas hablando con tu novia? —preguntó con esa sonrisa entre picara y dulce que le había visto por primera vez en Shangai—. ¿Puedo sentarme?
—Claro —sus ojos grises la taladraron, pero ella siguió como si nada—. ¿Qué haces por aquí?
—Veo que no me has oído —volvió a sonreír, Duncan la miraba sin entender—. ¿Con quién hablabas?
—Las niñas pequeñas no deberían curiosear cosas de mayores —Maya no contestó y soltó una carcajada. Le sonreía con los ojos—. ¿Quieres tomar algo? —Maya cogió su vaso y le dio un sorbito. Duncan le pegó un golpe en la mano y recuperó su bebida—. ¿Dónde está Andrew?
—Negocios —Duncan notó algo extraño en la voz de Maya, había duda en su voz, como si no se creyera lo que estaba diciendo—. Soy una pésima madre, he dejado a Andrea con una niñera.
—Sí piensas eso, vete a casa.
—Es lo que me gusta de ti, no conoces lo que son los paños calientes —la sonrisa volvió a su cara—. Necesitaba descansar un poco.
—Descansa, entonces —se levantó y señaló su vaso—.Voy a pedirte una a la barra o te beberás la mía. ¿Le echo algo más fuerte?
—No, así está bien. Gracias, Jack.
—¿Quieres que te lleve a casa? —puso el vaso sobre la mesa, pero era demasiado tarde, Maya había acabado con su coca cola—. He traído el coche.
—He quedado con Denise aquí, hace media hora… y parece que me ha dejado colgada.
—Ha estado aquí. Me dio esto —dijo sin pensar y le pasó las hojas.
Maya palideció al reconocer el e-mail. Del blanco pasó al rubor absoluto. Se bebió el contenido del vaso de un trago.
—¿Te llevo?
Ella asintió con la cabeza.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Mi regalo

Deseos
Te deseo primero que ames y que amando, también seas amado(a).

Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar.

Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas.

Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo, para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además que seas útil, más no insustituible. Y que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante; no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen, y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un gato, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuántas vidas está hecha un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico. Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero enfrente a ti y digas: "Esto es mío", sólo para que quede claro quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, aún sobre amor para recomenzar.

Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte.
de Víctor Hugo
(Gracias Ahav)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Hermoso

no recuerdo el nombre, pero me encanta
de Eugene Ivanov +

domingo, 9 de diciembre de 2007

En la claridad (4)

Duncan se preguntaba por qué estaba leyendo aquello. No quería leer que ella deseaba a aquel hombre, no quería leer que eran amantes en Hong Kong. No quería seguir leyendo, pero lo hizo:

“… e irme. No dijo nada, mientras compartíamos el ascensor, hizo un comentario sarcástico sobre no recuerdo qué. Sentí deseos de bajarme del ascensor y volver al bar, y desaparecer el resto de la noche. Pero seguí allí. Por esa forma que tiene de mirarme, adusta, fría. A veces me siento como si no fuera nada, cuando me mira así… es su forma de demostrar que está enfadado.

Subimos a la suite compartida, no sé como les dio a los de la compañía aérea por pensar que estábamos casados, tuvo su gracia. Sólo porque nos apellidamos igual. En fin. A Andrew le habría sentado como una patada.

¿Alguna vez alguien te ha metido los dedos dentro de… tu… (Aún me sonrojo con sólo pensarlo) por debajo del pantalón, estando de pie mirando por la ventana? De improviso, de la forma más natural y sorpresiva del mundo. Parece que va a abrazarte, pero no, te pasa el brazo por delante casi sin tocarte, te desabrocha el cinturón y tú simplemente miras como lo hace porque no puedes dar crédito a lo que está haciendo.

Después va botón a botón y sigues en las nubes, hasta que de repente algo te hace reaccionar; uno de sus dedos se cuela por debajo del elástico de tus bragas, y tú en ese momento te preguntas por qué llevas las bragas más viejas que tienes, pensamiento ridículo donde los haya. Pero a él no le importa, y no para hasta que te corres en su mano y las piernas te flojean y todo tu cuerpo está tan, pero taaaaaaaaaan relajado… Y ves como él se aleja, como si nada, a lavarse las manos.

Eso hizo, y yo… me quedé mirando como se lavaba las manos, y cuando se sentó en el sofá a leer tuve el impulso de poner la mano sobre su bragueta, abrirla, y descubrir que había debajo de aquella tela, pararme un segundo hasta que… pero no hice nada.»

Duncan sonrió divertido. Denise no la había creído. Él recordaba su mano por encima del pantalón primero y después por debajo; suave, cálida y pequeña masturbándole…

sábado, 8 de diciembre de 2007

En la claridad (3)

Cuando llegó la encontró sentada a una mesa, fumando mientras le esperaba. En cuanto le vio apagó el cigarrillo en el cenicero, sonrió y le hizo señales con la mano para que se acercara. Vestía el mismo vestido con el que la había conocido, uno corto de color azul nada propio para el frío invierno de aquel año. Había pedido un vodka con limón, que ya casi se había terminado.

Él pidió una coca cola, tenía que conducir. Ella se acabó el vodka de un trago, sacó un sobre del bolso y lo puso sobre la mesa frente a él, recogió el abrigo del perchero y se fue sin decir nada.

Dentro del sobre había varías hojas impresas de lo que parecía un correo electrónico: “Querida Denise. Suena horrible enviar algo así y más por e-mail, pero las cosas han salido así. ¿Recuerdas que te pedí que me cubrieras aquella noche? ¿Qué me llamaras y me rescataras de aquella suite? No te dije que es lo que quería hacer fuera de ella. Aunque supongo que lo imaginaste, siempre nos hemos entendido bien.

Encontrarme con Nezumi fue extraño; en aquel restaurante, en Hong Kong, sentado a la mesa con Dun…” Se detuvo, volvió al principio de la hoja y leyó las dos direcciones. Una debía ser la de Denise, la otra era… la suya. No cabía duda. Había recibido algún e-mail de aquella dirección. El último un par de días antes, una postal, felicitándole su cumpleaños.

“…can; no se llama Nezumi, se llama Patrick. Nunca habría imaginado que tendría un nombre occidental. Sí, Nezumi es un nombre inventado. Se lo puse yo.

Ya te dije que comparto mi piso de Hong Kong con un hombre de negocios japonés, ese es Nezumi. Le alquilo una habitación durante un par de meses al año, aunque él no sabe que el señor Cho no es el casero, si no mi vecino. Coincidimos por casualidad cuando me cambiaron uno de los cursos que daba y lo retrasaron diez días. Así fue como le conocí, entré por la puerta de mi casa de Hong Kong y ahí estaba él, sentado a la mesa del salón escribiendo en su portátil… ¡Impresionante!
Es el tipo de hombre que te gusta. Es un hombre guapo, atractivo, de esos que con sólo sonreír saben, que las mujeres caen en sus brazos, rendidas. Él me miró así aquella tarde, así y extrañado porque una desconocida abría con todo descaro la puerta y cruzaba el umbral de “su casa” por dos meses. ¡Qué demonios te explico si ya le viste!»

Sintió una punzada en el estómago.

“Cuando le vi hablando con Duncan sentí algo extraño, fue como ver a Andrew y a Nezumi hablando. Pensé que no me había reconocido, por muy raro que parezca, después de seis años compartiendo piso con alguien durante un mes, es como para que te recuerden, aunque sólo sea un poco.

Bajé a hablar con él después de la cena, estaba sentado en el bar, esperándome. Eso fue lo que me dijo. “Hola Anja”. Me sonó raro aunque eso fuese Hong Kong también.

Fue una conversación corta, intensa, divertida. Me reí mucho. El señor Tanaka resultaba más divertido aún que el hombre sin apellido de nombre Nezumi con el que compartía piso en Hong Kong. Le miraba a los labios, intensamente y fue cuando me di cuenta de que le deseaba. Y fue cuando hice mi número de desaparición favorito y me largué antes de liarla definitivamente.

Sí, le besé. Y sí, Duncan me vio. Estoy segura, apareció en aquel momento en la cafetería, nunca sabré si vio juntarse nuestras cabezas durante un instante o sólo me vio levantarme de la mesa e irme…”

lunes, 3 de diciembre de 2007

En la claridad (2)

—Hola —aquella voz femenina le sonaba lejanamente conocida y desde luego no era la de Max. Se fijó en el número, las dos últimas cifras estaban invertidas.
—Hola —se levantó a por un cigarrillo y aprovechó para subir el termostato. Hacía algo de frío. Se vio en el reflejo de la ventana. Alto, delgado, fibroso, ojos claros profundamente fríos; el pelo muy corto, castaño, con alguna cana.
—¿No me recuerdas? —soltó una risita—. Soy Denise. Denise Adler.
—Denise… —¿cómo olvidar a aquella mujer pelirroja de ojos verdes? Pero mintió—: Te recuerdo levemente.
—Déjame que lo dude —notaba como coqueteaba con él, era así desde que les habían presentado—. Te envié algo y quería saber si lo recibiste.
—¿A qué te refieres? —le costaba concentrarse, no dejaba de pensar en lo que acababa de leer “Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise”. ¿Perversa? Soltó involuntariamente una carcajada. Esa mirada no era perversa estaba llena de lujuria.
—Soy escritora, ¿recuerdas? —había sido ella, misterio resuelto—. Te envié el borrador de un relato.
—Lo he recibido —claro que lo había recibido. Oscilaba entre el cabreo y la excitación, no se reconocía en partes de aquella comedia.
—Me gustaría hablar contigo de él. Te invito a tomar una copa y hablamos, ¿te parece bien?
—¿Eres siempre tan agresiva?
—Ya sabes que sí. ¿Te paso a buscar?
—Quedemos en un pub.
—No muerdo.
—Déjame que lo dude —su mente se escabulló otra vez hasta el relato “Me gusta tu mano…”
—OK OK OK —se rindió entre carcajadas—, en el italiano de las oficinas. No sé cómo se llama.
—Yo tampoco. En una hora —colgó sin escuchar su respuesta. Recordó cuando se la habían presentado, le había costado despegarse de su mirada esmeralda. Pero ese recuerdo le duró poco. Su mente, obstinadamente, volvió a un fragmento del relato: “Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos…” recordaba el tacto de su mejilla. Su mano sobre el pantalón, quieta, su cara avergonzada no le miraba a los ojos. Se había quedado callado dejándola hacer, disfrutando de su rubor.