El teléfono sonó, era Denise—: ¿Te gustó? —preguntó burlonamente.
Duncan dudó si era mejor mentirle y decirle que ni siquiera había abierto el sobre, pero descartó la idea ¿de qué iba a servir? No sabía de qué iba todo aquello—: ¿A qué viene esto?
—Maya me lo envió. Ese material es… ¿lo leíste? —no esperó su respuesta, y se embaló—. Me encantan los e-mails de Maya. Son tan intensos algunas veces, otras veces son divertidos, pero ninguno había sido tan intenso como ese. Tan sexual. Dejó tantas cosas a mi imaginación. Mi libido se disparó. Empecé a imaginar lo que había pasado en aquella habitación y escribí mil cosas. Era genial para un relato. Sí. No. ¿Pasaba algo más? ¿Era real? ¿Ella bajaba al piso de abajo? Pero pensé en Maya, es mi amiga. Tampoco podía traicionarla… ella me lo contó en confidencia, no esperaba que… bueno, yo no esperaba que eso pasara. Así que cambié muchas cosas.
Duncan no la escuchaba, había recordado aquella frase: «Me cuesta imaginarte pequeño.» Las pequeñas manos de Maya agarraban su mano izquierda, sentada a su lado en la sinagoga, acompañándole y del otro lado su viejo amigo Max. Aquel gesto cariñoso de Maya le había tomado por sorpresa. Le había tomado la mano, no la había soltado durante todo el funeral y él no se había atrevido a tirar de ella para recuperarla. En el fondo aquel contacto le gustaba.
— ¿Para qué me lo enviaste?
—Quería ver tu cara.
— ¿Y qué has visto?
—Hola —repitió un poco más alto—: ¡Hola! —Maya estaba de pie ante él, con sus pantalones vaqueros, su abrigo y aquel jersey dos tallas demasiado grande, y con una sonrisa en los labios, labios que volvieron a moverse para dirigirse a él de nuevo—… Hola Duncan.
—Hola —colgó a Denise sin pensar.
—Estabas tan ensimismado que no me has oído. ¿Estabas hablando con tu novia? —preguntó con esa sonrisa entre picara y dulce que le había visto por primera vez en Shangai—. ¿Puedo sentarme?
—Claro —sus ojos grises la taladraron, pero ella siguió como si nada—. ¿Qué haces por aquí?
—Veo que no me has oído —volvió a sonreír, Duncan la miraba sin entender—. ¿Con quién hablabas?
—Las niñas pequeñas no deberían curiosear cosas de mayores —Maya no contestó y soltó una carcajada. Le sonreía con los ojos—. ¿Quieres tomar algo? —Maya cogió su vaso y le dio un sorbito. Duncan le pegó un golpe en la mano y recuperó su bebida—. ¿Dónde está Andrew?
—Negocios —Duncan notó algo extraño en la voz de Maya, había duda en su voz, como si no se creyera lo que estaba diciendo—. Soy una pésima madre, he dejado a Andrea con una niñera.
—Sí piensas eso, vete a casa.
—Es lo que me gusta de ti, no conoces lo que son los paños calientes —la sonrisa volvió a su cara—. Necesitaba descansar un poco.
—Descansa, entonces —se levantó y señaló su vaso—.Voy a pedirte una a la barra o te beberás la mía. ¿Le echo algo más fuerte?
—No, así está bien. Gracias, Jack.
—¿Quieres que te lleve a casa? —puso el vaso sobre la mesa, pero era demasiado tarde, Maya había acabado con su coca cola—. He traído el coche.
—He quedado con Denise aquí, hace media hora… y parece que me ha dejado colgada.
—Ha estado aquí. Me dio esto —dijo sin pensar y le pasó las hojas.
Maya palideció al reconocer el e-mail. Del blanco pasó al rubor absoluto. Se bebió el contenido del vaso de un trago.
—¿Te llevo?
Ella asintió con la cabeza.
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