Cuando llegó la encontró sentada a una mesa, fumando mientras le esperaba. En cuanto le vio apagó el cigarrillo en el cenicero, sonrió y le hizo señales con la mano para que se acercara. Vestía el mismo vestido con el que la había conocido, uno corto de color azul nada propio para el frío invierno de aquel año. Había pedido un vodka con limón, que ya casi se había terminado.
Él pidió una coca cola, tenía que conducir. Ella se acabó el vodka de un trago, sacó un sobre del bolso y lo puso sobre la mesa frente a él, recogió el abrigo del perchero y se fue sin decir nada.
Dentro del sobre había varías hojas impresas de lo que parecía un correo electrónico: “Querida Denise. Suena horrible enviar algo así y más por e-mail, pero las cosas han salido así. ¿Recuerdas que te pedí que me cubrieras aquella noche? ¿Qué me llamaras y me rescataras de aquella suite? No te dije que es lo que quería hacer fuera de ella. Aunque supongo que lo imaginaste, siempre nos hemos entendido bien.
Encontrarme con Nezumi fue extraño; en aquel restaurante, en Hong Kong, sentado a la mesa con Dun…” Se detuvo, volvió al principio de la hoja y leyó las dos direcciones. Una debía ser la de Denise, la otra era… la suya. No cabía duda. Había recibido algún e-mail de aquella dirección. El último un par de días antes, una postal, felicitándole su cumpleaños.
“…can; no se llama Nezumi, se llama Patrick. Nunca habría imaginado que tendría un nombre occidental. Sí, Nezumi es un nombre inventado. Se lo puse yo.
Ya te dije que comparto mi piso de Hong Kong con un hombre de negocios japonés, ese es Nezumi. Le alquilo una habitación durante un par de meses al año, aunque él no sabe que el señor Cho no es el casero, si no mi vecino. Coincidimos por casualidad cuando me cambiaron uno de los cursos que daba y lo retrasaron diez días. Así fue como le conocí, entré por la puerta de mi casa de Hong Kong y ahí estaba él, sentado a la mesa del salón escribiendo en su portátil… ¡Impresionante!
Es el tipo de hombre que te gusta. Es un hombre guapo, atractivo, de esos que con sólo sonreír saben, que las mujeres caen en sus brazos, rendidas. Él me miró así aquella tarde, así y extrañado porque una desconocida abría con todo descaro la puerta y cruzaba el umbral de “su casa” por dos meses. ¡Qué demonios te explico si ya le viste!»
Sintió una punzada en el estómago.
“Cuando le vi hablando con Duncan sentí algo extraño, fue como ver a Andrew y a Nezumi hablando. Pensé que no me había reconocido, por muy raro que parezca, después de seis años compartiendo piso con alguien durante un mes, es como para que te recuerden, aunque sólo sea un poco.
Bajé a hablar con él después de la cena, estaba sentado en el bar, esperándome. Eso fue lo que me dijo. “Hola Anja”. Me sonó raro aunque eso fuese Hong Kong también.
Fue una conversación corta, intensa, divertida. Me reí mucho. El señor Tanaka resultaba más divertido aún que el hombre sin apellido de nombre Nezumi con el que compartía piso en Hong Kong. Le miraba a los labios, intensamente y fue cuando me di cuenta de que le deseaba. Y fue cuando hice mi número de desaparición favorito y me largué antes de liarla definitivamente.
Sí, le besé. Y sí, Duncan me vio. Estoy segura, apareció en aquel momento en la cafetería, nunca sabré si vio juntarse nuestras cabezas durante un instante o sólo me vio levantarme de la mesa e irme…”
sábado, 8 de diciembre de 2007
En la claridad (3)
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