—Hola —aquella voz femenina le sonaba lejanamente conocida y desde luego no era la de Max. Se fijó en el número, las dos últimas cifras estaban invertidas.
—Hola —se levantó a por un cigarrillo y aprovechó para subir el termostato. Hacía algo de frío. Se vio en el reflejo de la ventana. Alto, delgado, fibroso, ojos claros profundamente fríos; el pelo muy corto, castaño, con alguna cana.
—¿No me recuerdas? —soltó una risita—. Soy Denise. Denise Adler.
—Denise… —¿cómo olvidar a aquella mujer pelirroja de ojos verdes? Pero mintió—: Te recuerdo levemente.
—Déjame que lo dude —notaba como coqueteaba con él, era así desde que les habían presentado—. Te envié algo y quería saber si lo recibiste.
—¿A qué te refieres? —le costaba concentrarse, no dejaba de pensar en lo que acababa de leer “Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise”. ¿Perversa? Soltó involuntariamente una carcajada. Esa mirada no era perversa estaba llena de lujuria.
—Soy escritora, ¿recuerdas? —había sido ella, misterio resuelto—. Te envié el borrador de un relato.
—Lo he recibido —claro que lo había recibido. Oscilaba entre el cabreo y la excitación, no se reconocía en partes de aquella comedia.
—Me gustaría hablar contigo de él. Te invito a tomar una copa y hablamos, ¿te parece bien?
—¿Eres siempre tan agresiva?
—Ya sabes que sí. ¿Te paso a buscar?
—Quedemos en un pub.
—No muerdo.
—Déjame que lo dude —su mente se escabulló otra vez hasta el relato “Me gusta tu mano…”
—OK OK OK —se rindió entre carcajadas—, en el italiano de las oficinas. No sé cómo se llama.
—Yo tampoco. En una hora —colgó sin escuchar su respuesta. Recordó cuando se la habían presentado, le había costado despegarse de su mirada esmeralda. Pero ese recuerdo le duró poco. Su mente, obstinadamente, volvió a un fragmento del relato: “Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos…” recordaba el tacto de su mejilla. Su mano sobre el pantalón, quieta, su cara avergonzada no le miraba a los ojos. Se había quedado callado dejándola hacer, disfrutando de su rubor.
—Hola —se levantó a por un cigarrillo y aprovechó para subir el termostato. Hacía algo de frío. Se vio en el reflejo de la ventana. Alto, delgado, fibroso, ojos claros profundamente fríos; el pelo muy corto, castaño, con alguna cana.
—¿No me recuerdas? —soltó una risita—. Soy Denise. Denise Adler.
—Denise… —¿cómo olvidar a aquella mujer pelirroja de ojos verdes? Pero mintió—: Te recuerdo levemente.
—Déjame que lo dude —notaba como coqueteaba con él, era así desde que les habían presentado—. Te envié algo y quería saber si lo recibiste.
—¿A qué te refieres? —le costaba concentrarse, no dejaba de pensar en lo que acababa de leer “Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise”. ¿Perversa? Soltó involuntariamente una carcajada. Esa mirada no era perversa estaba llena de lujuria.
—Soy escritora, ¿recuerdas? —había sido ella, misterio resuelto—. Te envié el borrador de un relato.
—Lo he recibido —claro que lo había recibido. Oscilaba entre el cabreo y la excitación, no se reconocía en partes de aquella comedia.
—Me gustaría hablar contigo de él. Te invito a tomar una copa y hablamos, ¿te parece bien?
—¿Eres siempre tan agresiva?
—Ya sabes que sí. ¿Te paso a buscar?
—Quedemos en un pub.
—No muerdo.
—Déjame que lo dude —su mente se escabulló otra vez hasta el relato “Me gusta tu mano…”
—OK OK OK —se rindió entre carcajadas—, en el italiano de las oficinas. No sé cómo se llama.
—Yo tampoco. En una hora —colgó sin escuchar su respuesta. Recordó cuando se la habían presentado, le había costado despegarse de su mirada esmeralda. Pero ese recuerdo le duró poco. Su mente, obstinadamente, volvió a un fragmento del relato: “Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos…” recordaba el tacto de su mejilla. Su mano sobre el pantalón, quieta, su cara avergonzada no le miraba a los ojos. Se había quedado callado dejándola hacer, disfrutando de su rubor.
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