domingo, 18 de mayo de 2008

incomodidad

¿Existe algo que explique esa fascinación por el ser humano que al mismo tiempo nos hace a algunos, o al menos a mi, no sentir deseo de hacer algo más que mirar desde fuera el espectáculo ofrecido por lo que otros consideran vida?

Me gusta escribir, adoro escribir, pero no me gusta tanto que me lean, no soy del tipo de gente que soporte demasiado bien las críticas negativas, aunque quizás disfrute demasiado de los halagos, aunque muchas veces me pregunte qué hay realmente detrás de toda esa adulación, qué peligro escondido, qué razón oculta.

Me resulta demasiado complicado enseñar lo que he escrito, es como desnudarme, sobre todo cuando hay alguien que me conoce tan bien que puede decir sin lugar a dudas donde están las fisuras de la armadura que año tras año me he ido forjando a mi alrededor.

Un día tras otro conoces gente, gente a la que observas unos días, con la que hablas, a la que escuchas, que te hace reír, sobre todo cuanto menos te acercas a ella. Porque de una forma extraña quizás, parece que cuanto más conoces a alguien menos fascinación sientes por ella, menos cosas puedes contarle y esa forma de no contar nada, porque consideras que eso qué eres, qué sientes, sólo te pertenece a ti y no quieres compartirlo con nadie, porque eso es simple y llanamente tu, es tu esencia, te pertenece. A ti, a nadie más, sólo a ti.

En realidad es lo que muestra de si misma lo que te interesa; esa energía, esas vivencias, esa forma de ser, de mover el pelo, de reírse, de llorar, de vivir… en definitiva; pero no quieres ofrecer nada a cambio, vas ofreciendo pequeños fragmentos, cosas sin importancia, anécdotas, jamás un sentimiento, jamás algo importante. Porque eso es tuyo. Tuyo, tuyo, tuyo, sólo tuyo. Sólo a ti te pertenece.

Al mismo tiempo de una forma extraña ese alguien cuanto más cree conocerte se da cuenta de que no conoce nada –aunque a veces no se atreva a admitirlo- pero juzga en base a lo que cree, y desesperado por esa negativa tuya a abrirte, siente un deseo cada vez mayor de llegar algún día a conocerte. Y tu das un poco más, quizás por culpa, o porque en ese momento sea algo que quieras quitarte de encima, algo de lo que necesitas desprenderte, no es más que una simple hoja seca pero que es recogida como quien recoge un diamante. Y a veces te arrepientes, muchas veces, siempre, casi siempre. Eso ya no será igual. Nunca vuelve a ser igual, es como si ya no te perteneciera del todo, ya no es tuya.

A veces ese alguien tiene algo interesante, y deseas pasar algún tiempo con ella pero sabes, crees, estás segura de que en el momento en el que te conviertas en humana, se dará cuenta de que no hay nada de interés en ti y se cansará y tú no te sentirás igual, del mismo modo que cuando una piel no está acostumbrada a la luz del sol después de un día en la playa se quema, así te pasará a ti y te quedarás con esa molesta sensación de que lo mejor que podías haber hecho era no haber salido de casa.

Un día mucho más extraño aún, realmente extraño, conoces a alguien que te lee el alma con sólo decir hola, y te sientes tan aterrada que deseas profundamente desaparecer, morir, nacer, extinguirte, cantar y enmudecer, llorar y reír, porque ese milagro que pediste una vez existe y es tan dolorosamente real, tan deliciosamente real, tan verdadero que te llega a la esencia te ha hecho ser consciente por fin de la existencia de tu armadura.

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