miércoles, 28 de febrero de 2007

En la niebla (3)

Denise le miraba mientras Duncan sacaba el paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta, extraía uno cuidadosamente, como lo hacía todo. Tenía unos dedos largos, como los de un pianista. Al ver como esos dedos se introducían en el paquete buscando un cigarrillo notó una contracción involuntaria de su cerebro y sintió como la excitación le recorría la columna vertebral. Esos dedos habían jugado dentro de ella. Y aun recordaba el placer que había sentido. Pero no fue sólo su cerebro el que se contrajo.

Nunca antes se había fijado en él. Era mayor que ella, se notaba en la mirada, en la voz, dura, profunda e intensa; en los gestos adustos y a veces fríos, en esa forma de reír, nunca sonreía con la boca. Su mirada era dura siempre que la miraba. Por primera vez, en el reflejo de aquella enorme ventana, en aquel momento la había mirado con suavidad, como acariciándola con los ojos.

Tenía los ojos oscuros, que contrastaban con ese pelo tan claro, era glacial. Siempre había tenido miedo de él, desde que Liam les presentó. Era siempre tan adusto y frío con ella. Sabía que él consideraba que era una pequeña advenediza.

Sonaba tan ridículo lo de advenediza. Liam se había reído cuando se lo dijo. Parezco la advenediza de una mala novela. Y él se había reído a carcajadas.

— ¿En qué piensas?

—En nada.

— ¿Nada? Cosas de advenedizos —una sonrisa perversa afloró en sus labios—, seguro.

— ¿Te lo contó? —Denise se ruborizó rápidamente. Sentía como las mejillas le ardían de la vergüenza.

—Le hizo gracia. ¿Fumas? —preguntó tendiéndole un cigarrillo.

—No debió —rechazó el cigarrillo con la mano.

—Así que te doy miedo —la miraba directamente, sentado en el respaldo del sillón con una sonrisa en los labios mientras encendía el cigarrillo.

—Yo no he dicho eso —sintió unas ganas inmensas de quedarse viuda.

—Tampoco hace falta.

—No te tengo miedo.

—Pequeña —se paró un instante junto a ella lo justo para casi susurrarle al oído—, mientes fatal —un inmenso silencio les invadió hasta que él no aguantó más—: No me queda tabaco, ¿quieres algo de abajo? —preguntó mientras recogía la americana al pasar y salía por la puerta sin esperar una respuesta por su parte.

Se quedó parado delante del ascensor. Estaba seguro de haber oído suspirar aliviada a Denise mientras cerraba la puerta. ¿Se había vuelto loco? Había hecho una estupidez. Una autentica estupidez. Una estupidez que le podía costar muy cara. William, además de su socio, era su amigo y el hijo de un viejo amigo; Max, el antiguo socio de Duncan que se había retirado al cuarto ataque al corazón.

domingo, 18 de febrero de 2007

En la niebla (2)

Duncan se sentó en el sillón, se puso las gafas y sacó del maletín los acuerdos que quería firmar en Shangai. Encendió la lámpara y empezó a marcar con la pluma lo que no acababa de convencerle del todo. Siempre había dicho que todo trato era mejorable por muy bueno que pareciese.

Levantó la mirada, la mano de Denise estaba sobre su vientre, rozándole con la punta de los dedos, por encima del pantalón, una polla que empezaba a hincharse a su pesar. Retiró la mano con delicadeza. Sintió electricidad al tocar esos dedos pequeños, suaves y ágiles…

—¿Qué haces?

—Devolverte el favor.

—No quiero traicionar a Liam.

—Me has mastur…

—Tenía ganas de darte placer —la miró por encima de las gafas—. ¿Te he molestado?

—No —contestó tímidamente—, me sorprendiste.

—Oh. No pretendía…

—Me has metido los dedos… dentro.

—Tienes una vagina preciosa —lo dijo con la misma emoción con la que alababa la gestión de una fabrica, o el trabajo de su secretaria. Se colocó las gafas para seguir leyendo.

—No la has visto.

—La toqué.

—Me gustó —Duncan se quedó extrañamente callado. Era algo que ridículamente no había esperado que pasara. Su gesto adusto desapareció, iba a decir algo pero no fue capaz—. ¿Qué te pasa?

—Me gusta tu mano… —Denise había vuelto a colocar su mano sobre su pantalón mientras hablaban—... debiste haberla quitado.

—Ya he notado que te gusta.

—¿Lo notas?

Ella asintió con la cabeza, extendió los dedos de la mano y la movió circularmente, acariciando con la palma aquel bulto que empezaba a endurecerse aún más.

—Deni… —gimió.

—¿No te gusta?

Duncan echó la cabeza hacia atrás, mientras ella seguía tocándole por encima del pantalón.

—¿Por qué paras?

—¿Quieres que siga? —Duncan vio la mirada perversa brillando en los ojos de Denise.

—¿Quieres que te lo pida? —Denise no contestó, sólo sonrió—. Sigue… por favor…

Acarició su mejilla con el dorso de la mano, cerró los ojos. Denise abrió el cinturón, bajó la cremallera, metió la mano y siguió acariciándola, ahora la notaba más caliente, más dura, sólo la separaba aquel bóxer negro de algodón. Parecía más grande de lo que había imaginado y realmente le apetecía ver que había por debajo de aquella tela que poco a poco se estaba mojando de la excitación.

—Denise… —ella había sacado por fin su pene y lo acariciaba con la punta de los dedos. Era sin duda más grande de lo que había pensado. Lastima no tener una cinta métrica para medirlo. Lo tocaba como si fuera a romperse, con mucha delicadeza, aunque la verdad lo hacía porque sabía que Duncan se estaba poniendo malo y necesitaba un trato no tan delicado en esos momentos—… te juro que no se va a romper.

—¿No? —Denise sonrió malévolamente y comenzó a masturbarlo de verdad haciendo que Duncan gimiera más alto como toda respuesta.

Sus gemidos se hacían más fuertes, ella sentía como latía, como palpitaba a punto de estallar y paró. Duncan metió la mano en su bolsillo, sacó un pañuelo blanco y se lo dio.

Denise siguió masturbándole hasta hacerle correrse en el pañuelo.

sábado, 17 de febrero de 2007

En la niebla

—¿En qué piensas?

—Es la primera vez que echo de menos Londres.

—La niebla… pasará.

—Lo sé. Pero es una sensación extraña, nunca la he considerado mi ciudad. No nací en Londres, ¿lo sabías?

—Liam me lo dijo.

—Tu marido habla demasiado.

—No me dijo dónde.

—Nunca se lo dije. Nací en Paris. ¿Has estado en Paris? Una chica como tú, tan viajera y romántica tiene que conocer Paris.

—Estuve hace unos años, un par de días —sonrió Denise—: Hace diez minutos te metías conmigo.

—Discúlpame.

Denise se quedó mirando aquellos pedazos de ciudad que se dejaban ver a través de la densísima niebla. Era como si un manto gris lo cubriera todo. ¿Por qué habían discutido? No lo recordaba. Sólo veía pequeños pedacitos de luz que aparecían diseminados por el horizonte. La ciudad estaba a unos pocos kilómetros, eso le habían dicho en recepción.

Duncan se acercó a ella, olía a flores, podía ver su reflejo en los grandes ventanales, se preguntó si en un día despejado podrían verles desde fuera.

—No cambia —el tono de su voz era muy neutro, muy calculado, muy gris, muy niebla.

Duncan pasó los brazos hacia delante casi abrazando a Denise pero sin tocarla, desabrochó el cinturón, soltó el botón y bajó la cremallera del pantalón de Denise. Antes de que ella pudiera decir algo, sus dedos se introdujeron bajo la tela del pantalón y empezaron a acariciarla. Apartó con delicadeza sus bragas y metió los dedos por debajo de la fina tela acariciándola, buscando sus puntos más sensibles.

Denise se contrajo de la sorpresa al sentir dos de sus dedos hurgando completamente dentro de ella, mientras que con otro acariciaba su clítoris. Ni una palabra, ni una caricia, nada, sólo una mano tomándola de la cintura para evitar que se cayera y la otra dedicada a proporcionarle placer.

El Duncan que se reflejaba en el cristal de la ventana tenía la misma cara seria que ponía cuando hablaba de negocios, en realidad su rostro sólo cambiaba cuando se relajaba y nadie solía ser testigo de ese milagro.

Siguió acariciándola hasta que ella se corrió en su mano. En ese momento sacó la mano y se dirigió al baño.

Denise se sentó en el sofá intentando recuperar el aliento que el orgasmo brutal le había robado. Oía como Duncan se lavaba las manos en el servicio, no conseguía imaginarse que se le había pasado por la cabeza para hacer eso. Él era tan serio, tan adusto, siempre tan frío con ella…

Se levantó como pudo y se arregló la ropa. Necesitaba una ducha, necesitaba despejarse, necesitaba pensar, pero no podía entrar en el baño estando él dentro…

De pie como estaba, junto a la puerta, podía ver como Duncan se secaba las manos con la toalla. Con tranquilidad, con indolencia, como si no hubiera pasado nada especial, como si sólo se estuviese quitando una mancha de tinta.

viernes, 16 de febrero de 2007

Haan y Magda (11º y fin)

Magda se detuvo ante la puerta, Lena se había apoderado de un mechón de su pelo y le había pegado un tirón. Definitivamente tendría que cortárselo o su hija acabaría dejándola calva. Dejó las bolsas en el suelo y se dedicó con delicadeza a desprender los dedos de su hija de su largo cabello—: Es mi pelo, Lena, no está bien que me tires de él. Me haces daño.

—¿Le llevo las bolsas, señora? —dijo una voz masculina ante ella. Había abierto la puerta al verla, atravesar el patio, desde la ventana. Cogió la niña de los brazos de su madre y una de las bolsas y entró en la casa—. Niña perversa, no dejas dormir a mamá.

—¿Estás mejor?

Él le acarició la cara, y le apartó un mechón que le tapaba el ojo izquierdo—: Tengo mejor cara que tú.

—¿Dormiste bien? —Magda dejó la bolsa en la cocina, y puso las flores en un jarrón mientras él acostaba a Lena en su cuna.

—Sí, tranquila. ¿Cómo está Mei?

—Bien. Me ha vuelto a revisar la mano.

—¿Todo bien?

—Se equivocó de mano.

Haan soltó una carcajada.

—¿Por qué no te duermes? Esta noche apenas has dormido.

—Odio dormir sola.

Magda dejó que Haan la arrastrara hacia la cama. Y dócilmente se echó en ella aún vestida. Haan la tapó con una manta, se echó junto a ella y le cantó una nana portuguesa, de esas que Magda le cantaba a Lena para hacer que se durmiera: Dorme enquanto eu velo... Deixa-me sonhar... Nada em mim é risonho. Quero-te para sonho, Não para te amar*.
*versos de Pessoa

Haan y Magda (10º fragmento)

Magda reía. Magda reía a carcajadas, muy divertida. No le importaba que la gente de la pequeña cafetería la estuviese mirando. Se había acostumbrado a ser una extranjera en Beijing.

—¿De qué te ríes? —Mei revisaba la mano derecha de Magda.

—Hace más de dos años que me rompí la mano —se quedó muda un instante, recordaba las noches que pasaba en casa de Haan, en las que él la desvestía porque la mano le dolía y aquellas mañanas en las que la ayudaba a vestirse. Hacía tanto tiempo de todo aquello—… Ya se curó.

—Es bueno que pases una revisión.

—Mei… me rompí la izquierda.

Mei muy avergonzada dejó caer la mano de Magda y dirigió su atención a la pequeña Lena, sentada en el regazo de Zhang.

—¿Cuántos meses tiene?

—Casi 8.

—Es un poco pequeña ¿no?

Lena había nacido en una noche de tormenta. Había llegado demasiado pronto y era demasiado pequeña, pero era fuerte y sólo había pasado un par de semanas en la incubadora.

Tenía los ojos de su padre, y el pelo de su madre. La piel tan blanca como la de su madre, pero con la suavidad de la de su padre. Aún no hablaba, pero sabía gritar y llorar.

—¿No es un poco pequeña?

—Mmm… perdona. Sí, nació a los siete meses. Cuando estuve en Portugal.

—Pensé que no volverías.

—Me gusta este país. Tengo que irme. Se me hace tarde —se levantó de la silla y cogió a Lena de la silla que tan amablemente el dueño de la cafetería le había prestado.
—¿Quieres que te acompañe?

—No, sólo compraré un par de cosas en el mercado. No hace falta.

—Pero tienes que cargar con ella…

—¿Quieres venir? —Magda sonrió divertida.

—Bueno… si me necesitas…
—¿Puedes coger a Lena? Aun no le he cogido el tranquillo a eso de atármela al pecho. Me acaba tirando del pelo. Debería cortármelo pero me gusta largo.
Mei cogió a Lena de los brazos de Magda y salieron de la cafeteria.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Haan y Magda (9º fragmento)

—Buenas noches, Magda —dijo una voz femenina desde la penumbra, al ver que despertaba—. ¿Has dormido bien?

—Sí —¿Quién era ella? Se preguntó Magda aún adormilada.

—Soy Ziyi. Haan se está dando una ducha —salió de la penumbra con una pequeña taza en la mano. Haan había echado las cortinas y bajado las persianas para que la luz no molestase a Magda—. ¿Te sientes mejor? —le dio la taza de té. Se parecía mucho al señor Kwai. Haan tenía razón.

—Sí —bebió un sorbo de la taza, estaba muy caliente pero tenía un sabor agradable—. Gracias.
—¿De cuánto estás? —Ziyi la examinaba con la mirada, de pie junto a la cama.

—Tres meses y dos semanas —se tocó el vientre para asegurarse de que Lena, o Haan, seguía allí.

—Aun no da patadas —hizo un mohín de desencanto. Le habría gustado sentir a su pequeño sobrino. De pronto, su cara cambió y sonrió amigablemente. Era una mujer muy guapa. No parecía de ningún modo mayor que Haan—. ¿Por qué me miras así? —Ziyi sintió la intensa mirada de Magda sobre ella—: ¿Soy tan fea?

—¡No! —negó rotunda—. No pareces mayor que Haan.

—Tengo dos años más que él. Sólo dos —sostuvo la taza al ver que Magda quería levantarse. Le retiró el revuelto pelo de la cara para poder verla bien—. Y tampoco me parezco mucho a él ¿verdad? Yo no soy totalmente china, él sí. Mi madre era de Vietnam.

—Como Nhu —dejó escapar en forma de murmullo.

—¿Te sientes mejor Magda? —Haan salió del baño con el pelo aún mojado y una toalla en la mano, había oído la voz de Magda. Ella asintió con la mejor de sus sonrisas—. ¿Te das una ducha y nos vamos a cenar? ¿O prefieres un baño? Te lo preparo enseguida.

—Una ducha me vendrá bien —Magda se sentía mucho más descansada. Se metió en el baño.

Haan respiraba más tranquilo, se sentó en la cama junto a Ziyi. Ella le quitó la toalla de las manos y empezó a sacarle el pelo mojado.

—Ziyi... —su voz temblaba. Tenía que decírselo. Era su oportunidad. No era una frase difícil: "Ziyi me muero."

—¿Sí? —su voz sonaba tan alegre... que no pudo continuar.

—¿Te gusta Magda? —fue lo primero que se le ocurrió.

—Me gusta que te haga feliz. Tendréis un niño precioso —Haan se echó a llorar. No pudo contener más las lágrimas. Lloraba porque se sentía incapaz de confesar que se moría. No había podido decírselo a nadie. Ni siquiera a su madre. Sólo Magda lo sabía y se arrepentía de habérselo dicho. Quizás debería haber—... ¿Por qué lloras hermanito? ¿Te sientes mal? —se angustió. Las lágrimas de Haan se hacían inconsolables. Ziyi le abrazó con todas sus fuerzas—: Yo la querré mucho hermanito. Tanto como a una hermana.

Haan dejó de llorar. No quería que Magda le viese llorar. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. No pensaba volver a llorar nunca más. Se levantó de la cama, con la toalla aún sobre sus hombros, se acercó a la ventana y permitió que la luz entrase en la habitación. Aún quedaba sol.

martes, 13 de febrero de 2007

Haan y Magda (8º fragmento)

—Haan... ¿Eras feliz con ella?

—Magda... —canturreó Haan como respuesta. No quería pensar en nada que no fuera Magda. Se sentía tremendamente... inmensamente feliz a su lado. El pasado sólo era eso. Pasado. Un pasado tan lejano que no era capaz de recordarlo—. ¿Quieres conocer a mi hermana?

—¿Tu hermana?

—Tengo una hermana. Es medio hermana en realidad. Se llama Ziyi. Es mi hermana mayor. Del primer matrimonio de mi padre —estaba tan contento por lo bien que había ido todo, la noche anterior; que se sentía invadido por las palabras, por una incesante verborrea que, como una fiebre, se había apoderado de él con los primeros rayos de sol—: ¿Quieres conocerla? Ella quiere conocerte a ti. Le he hablado muchas veces de ti.
—Nunca me has hablado de ella —se sentía confusa. Se había acostumbrado al silencio de Haan. Ni siquiera como profesor daba demasiadas explicaciones. Usaba las palabras justas.
—Tienes razón —sonrió. Se sentía bien aquella mañana. Había llovido. El monzón estaba cerca. Estaba seguro de ello.

—Preséntame a tu hermana. Háblame de ella.

—Se llama Ziyi. Está casada. Aun no tiene hijos. Trabaja como profesora en la Universidad. No recuerdo cual... su marido también es profesor —se quedó callado un segundo intentando recordar el nombre del marido de su hermana—. Shou Ziyi. Ese es el nombre de mi hermana. Profesora Shou. Su marido es medio japonés —sonrió al recordarlo. Eisaku—: Su nombre es Eisaku. Es algo más joven que ella. A todos los Kwai nos gustan los jóvenes. Mi madre es siete años más joven que mi padre. Y la madre de Ziyi tenía diez años menos que mi padre cuando se casaron.

—Por eso me quieres.... porque soy más joven que tú —medio bromeó Magda.

—Creo que nos gusta la adulación —bromeó Haan—. ¿Quieres venir a conocerla? Le prometí que iría a comer con ella hoy. No es muy buena cocinera. —se disculpó. En realidad pensaba que su hermana cocinaba horriblemente. Pero, era demasiado educado para decirlo—. Pero es una gran conversadora.

—Estoy algo cansada, Haan —estaba agotada, apenas había conseguido vestirse—. ¿Te importaría ir solo?

Haan se había vestido con su segundo mejor traje. Estaba realmente guapo. Su hermana le intimidaba tanto como su padre. Se parecían mucho.

—Claro que no —empezó a preocuparse. Estaba muy blanca. Más blanca de lo que solía estar normalmente—. ¿Te pasa algo?

—Es sólo cansancio —se sentó en el sillón. A la luz del sol tenía mejor aspecto. No parecía tan enferma—. Puedes irte tranquilo.

—Me preocupa dejarte así. Ven conmigo.

—Dormiré un rato. Cuando vuelvas estaré como nueva —Haan se acercó hasta el sillón y puso la mano con delicadeza sobre su frente.

—Tienes fiebre, Magda. Llamaré a Ziyi. Iré a cenar esta noche. No puedo dejarte así. No podría comer bien —salió de la habitación. Antes de que Magda tuviera siquiera la posibilidad de quejarse. Bajó al vestíbulo del hotel para llamar a su hermana.

Magda se echó en la cama. Sentía mucho que Haan no fuese a ver a su hermana por su culpa. Pero sabía que era casi imposible convencer a Haan para que fuese a verla. Tampoco tenía muchas fuerzas. Tenía que ser el bebé. No podía tratarse de otra cosa. Hasta entonces no había tenido ninguna molestia. No había vomitado, ni se había mareado. Seguía como siempre. Y de repente se había cansado.

Meu amor,... nao fiques doentinho. Tens que conhecer o teu pai. Ele vai te amar mais que pessoa nenhuma. Nao va querer ninguém mais do que a ti.—canturreó en portugués.

—¿Qué cantas, Magda? —Haan entró en la habitación con una tetera en la mano.

—Un conxuro —no conocía la palabra en chino.

—¿Qué estas...? —colocó la tetera sobre la mesa—. ¿Qué es un consuro?

—Es un hechizo —esa palabra la había leído en un libro.

—¿Qué quieres hechizar? —echó el contenido de la tetera en una de las pequeñas tazas y se lo dio a beber a Magda.

—Tu corazón —no quería preocuparle—. No quiero que dejes de quererme.

—No podría dejar de quererte —la miró directamente a los ojos. No solía hacerlo casi nunca. La miraba de soslayo, de reojo,... Mirar directamente le daba vergüenza—: ¿Es el bebé?

—Creo que sí.

—¿Te duele? —preguntó tembloroso. Sólo pensar que su bebé podía morir sentía como si algo le atravesara el corazón.

—Sólo estoy cansada. Dormiré y cuando me despierte estaré mejor. No te... —Haan no la dejó terminar. La cogió en brazos y la echó en la cama. Le quitó los zapatos, sacó una manta del armario y la tapó con ella.

—Cuando te despiertes iremos a cenar con mi hermana Ziyi. Ahora tienes que dormir. Tú y Lena tenéis que dormir —le susurró al oído mientras le acariciaba la cabeza para que se quedara dormida.

lunes, 12 de febrero de 2007

Haan y Magda (7º fragmento)

—¿Estás nerviosa?

—No.

—Yo sí —suspiró. Le sorprendía que Magda estuviese tan tranquila. Él sentía como su corazón latía a toda velocidad. Estaba seguro de que se le saldría por la boca.

—¿Me odiarán? —susurró Magda. Antes de que Haan pudiese decir nada, se abrió la puerta. El padre de Haan les había oído al pasar junto a la puerta.

—Padre —dijo muy serio. Estaba seguro de que le estaban temblando las piernas.

—Haan.

—Esta es Magda. Él es mi padre. Kwai Ho.

—Encantada señor Kwai.

El señor Kwai miró de arriba abajo a Magda. Quería ver que era lo que la unía a Haan. Y lo encontró—: Pasad, pasad —sonrió amigablemente a Magda.

—Abuela —gritó Haan emocionado. Corrió a sus brazos. Hacía años que no veía a su abuela.

—¡Qué grande estás! —era una mujer pequeña, muy pequeña. Siempre decía que era así porque había nacido de un grano de arroz mágico que su madre había encontrado en el fondo de su tazón—. He cocinado un montón para ti. Así que espero que comas mucho —miró con curiosidad a la jovencita que iba con su nieto. Tenía que admitir que no le desagradaba del todo. Tenía unas caderas anchas, unos ojos brillantes, y una piel blanquísima. Ella en su juventud también había tenido la piel muy blanca, pero no tanto como la novia de su nieto.

—La cena está lista —la madre de Haan se acercó a Magda y la abrazó—. Me alegro de conocerte por fin —dijo con una dulce sonrisa.

domingo, 11 de febrero de 2007

Haan y Magda (6º fragmento)

—¿Te duele algo? —Haan tenía la cabeza de Magda sobre su pecho. Tenía los ojos abiertos, y la nariz hundida entre sus cabellos. Magda tenía los ojos abiertos. Aunque apenas veía un pedazo de su piel y parte de su propio cabello, que le tapaba la mitad de la cara—. ¿Te duele algo? —repitió Magda.

—No —se quedaron en silencio. Magda se sentía más tranquila—. ¿Quieres conocer a mis padres? —dijo Haan de repente. Acababa de ocurrírsele.

—¿Quieres que les conozca?

—Sí.

—Conozco a tu madre. Estuvo aquí hace dos días.

—No me dijo nada —murmuró.

—Lo olvidé.

—No debería aburrirte tanto —se sentía culpable—: Tenerte encerrada. Es cruel.

—Salgo. Cariño. Salgo —subió un poco la cabeza sobre el pecho de Haan.

—¿Qué haces?

—Busco tu corazón.

—Los hombres como yo no tienen corazón.

—¿Cómo tú? —se movió inquieta buscando el tranquilizador latido. Suspiró aliviada al encontrarlo—. Me gustan los hombres como tú.

—¿Cómo yo?

—Tú lo entiendes mejor que yo.

—A veces no te entiendo. Pero me encanta el sonido de tu voz —susurró. Le dio un beso en la coronilla.

—Tú siempre hablas en chino.

—Siempre que no hablo en inglés —se levantó. Deja con delicadeza la cabeza de Magda sobre el colchón. Le volvía el dolor de cabeza. Había dejado las pastillas en el bolsillo de la chaqueta. Cogió la chaqueta y revisó los bolsillos.

—¿Te duele? —Magda se incorporó en la cama.

—Sólo es un dolor de cabeza —notó la preocupación de Magda—: No es nada grave.

—Si fuera otro tipo de dolor también me dirías lo mismo.

—Sí —sacó el bote y sacó dos pastillas. Se las metió en la boca, haciéndolas caer directamente sobre su garganta. Cogió el vaso que Magda acababa de llenar con un poco de zumo que quedaba—. Vamos de compras. Me vendrá bien tomar el aire.

—Es tarde —se quejó Magda. Estaba algo cansada. No quería salir.

Haan cogió el vestido de la maleta y se lo lanzó a Magda. Magda se vistió. Como acto reflejo abrió y cerró la mano izquierda. Aun le dolía un poco. Pero no tenía ni una pequeña cicatriz. Había desparecido como si nunca hubiera estado allí.

—Tienes las manos más bonitas del mundo —dijo Haan cogiéndosela y besándosela. Se había vestido enseguida. Sacó las sandalias de Magda de la maleta y se las puso.

—¿Comemos fuera? —estaba somnolienta, era muy tarde, no le apetecía pasear.

—Hay un restaurante de comida vietnamita. ¿Quieres ir?

—Nunca sé lo que pedir —cogió el chal del respaldo de la silla y se lo puso.

—Déjame a mí.

—Siempre pides tú. Nunca sé lo que como.

—Me gusta la comida vietnamita. No puedo evitarlo —entornó los ojos y le sacó la lengua. Le encantaba verla reír.

sábado, 10 de febrero de 2007

Haan y Magda (5º fragmento)

—¿Haan?—dijo al oír la puerta.

—Magda —vació la bolsa que llevaba sobre la colcha y se sentó—. He traído un poco de comida —tenía los palillos en una mano y le ofrecía otros con la mano derecha—. ¿Tienes hambre?

—Estaba preocupada.

—Tienes que sentarte. Por favor —Magda se sentó sobre la cama con los pies cruzados—. Me voy a morir. Pronto. Debí decírtelo. Pero soy cobarde. Tengo un cáncer. Cuando te vayas a casa aún viviré unos meses más. No quería decírtelo —habría preferido decírselo de otro modo. Haber comido. Haber reído.

—¿Vas a morirte?

—Sí.

—¿Por qué?

—Estoy enfermo.

—No es justo —las lágrimas inundaban sus ojos—. No es justo.

Haan intentó tocarla para calmarla, para consolarla. Pero ella no quería que la tocara. Se levantó y esquivó su mano. Haan bajó la mano y la dejó caer sobre la cama.

—Nunca he querido a nadie como te quiero a ti, Haan. Nunca. En toda mi vida. Jamás —miraba la ciudad a través de la ventana. Lloraba.

—Lo siento.

—No te mueras. Por favor
Los dos se quedaron callados. ¿Qué decir a una petición como esa? Ella miraba a través de la ventana mientras intentaba contener las lágrimas y él la miraba a ella.

—¿Será niño o niña? —preguntóHaan rompiendo el silencio al fin.
—Niño.

—¿Le llamarás Haan?

—¿Quieres que le llame Haan?

—No.

—¿Cómo quieres que le llame?

—Lena. De Magdalena. Será una niña.

—No lo creo.

—Siempre soñé que tendría una hija.

—¿Un hijo no?

—No. Se parecerá a ti. Tiene que parecerse a ti.

—¿Y qué tendrá de ti?

—Mi manera de reír.

—¿Sólo eso?

—Te quiero, Magda.

—Los chinos no dicen te quiero—sonaba a reproche.

—Pero yo te quiero. No puedo dejar de quererte.

jueves, 8 de febrero de 2007

Haan y Magda (4º fragmento)

Magda dormía sobre la cama. No se había metido dentro. Llevaba esperando a Haan desde hacía mucho tiempo. Se había ido después de desayunar. Había prometido que llegaría pronto. Pero no estaba. No había querido moverse. Tenía que haber ido a comprar. Pero quería estar cuando llegara.

Se había hecho de noche. Había visto como salían una a una todas las estrellas en el firmamento, y al final se había dormido.

Haan llegó. Abrió la puerta con cuidado. Sabía que era muy tarde. En el reloj palpitaban los números. Las 23:11.

Haan la cogió en brazos, la levantó de la cama y la dejó sobre el suelo con cuidado. Retiró la colcha y volvió a levantarla del suelo. La depositó con cuidado sobre la cama. Cuando la tenía entre sus brazos mientras la ponía sobre la cama, se dio cuenta de todo. Y sintió ganas de llorar.

—Haan —dijo una Magda somnolienta. Se había medio despertado cuando Haan la había cogido en brazos.

—¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? —se había sentado en el borde de la cama y miraba la pared. Se sentía extraño, perdido.

—No sabía como hacerlo.

—¿Probaste con palabras? —se levantó enfadado. Cogió la chaqueta y se fue. Necesitaba pensar. En realidad no estaba enfadado.

Magda cogió las llaves y se metió las zapatillas. Y salió corriendo tras él. Pero Haan le llevaba mucha ventaja. Él conocía la ciudad. Y se perdió entre la gente al dar la vuelta a una calle.

Haan y Magda (3ºfragmento)

Llamó a la puerta. Intentó calmarse, pero el corazón le latía muy rápido. Impaciente. La puerta se abrió. Una joven abrió la puerta. Llevaba puesto unos pantalones vaqueros y una camisa blanca. Estaba descalza. Sus pies blanquísimos contrastaban con la moqueta negra. Su pelo negro enmarcaba la también pálida cara. Parecía de porcelana. Tan blanca como la camisa. Como si se tratase de una mujer esculpida. Una figura de china. Los ojos eran grandes. Redondos. Perfectamente redondos. Marrones, pero muy claros. Tan claros que parecían realmente pintados. Como si aquella mujer fuese en realidad una figura de porcelana que hubiese cobrado vida.

Magda miraba a la mujer atentamente. Había algo en ella que le recordaba a otra persona. Intentaba encontrar en ella una pista clara. Algo que le dijese quien podía ser esa mujer. Sabía que no la conocía. Pero conocía a alguien de su familia. Estaba segura. Se hizo la luz en su cabeza. Tenía que ser la madre de Haan. Se quedaron quietas sin decirse nada. Magda esperaba que la mujer dijese algo. Pero parecía tan atónita...

Magda se hizo a un lado y le franqueó la entrada a la habitación. La mujer entró. No sabía que hacía allí. Lo había olvidado.

—¿Quiere un poco de té? —preguntó Magda rompiendo por fin el silencio.

—Hablas chino —dijo sorprendida. La madre de Haan miraba todo a su alrededor en aquella habitación. No era muy grande. Una única cama. Un armario en la pared. Una mesa y un par de cómodas butacas.

—Aprendo en la universidad. En Beijing —acababa de pedir un poco de té a la recepción. No quería salir de la habitación. Se sentía algo cansada. Había estado leyendo un poco hasta que había empezado a notar el mareo. Echó té en una taza para la señora Kwai y se la ofreció. La señora Kwai cogió con cuidado la taza entre sus manos. El té estaba muy caliente. Magda se sirvió otra taza para ella—. Siéntese, por favor. Discúlpeme. No esperaba visita.

—Es una habitación muy bonita.

—¿Quiere algo más? —se quedo pensativa intentando encontrar algo que pudiera ofrecer a su visita.

—No. Gracias. Así está bien.

—Sólo tengo té. Bueno, tengo manzanas. ¿Quiere una manzana? —estaba sentada sobre una de sus piernas y se levantó de un salto y sacó de la bolsa las manzanas—. También tengo peras. Y... ¿cómo se llaman? —sacó la fruta de la bolsa y se la enseñó.

—Mango.

—Mango —repitió—. ¿Quiere uno? Creo que había algo más por aquí. Casi no queda, tendré que ir al mercado otra vez.

—No, gracias. Gracias por el té.

—Llevo dos días aquí. No pensé que tendría visita —volvió a sentarse. No sabía que decir. Era sin duda la madre de Haan. Cogían la taza del mismo modo, apoyándola en la palma. Para no quemarse.

—No sé que decir —dijo la mujer sin dejar de mirar el fondo de su taza. Levantó la mirada tímidamente y miró directamente a los ojos de Magda. Quería ver que tipo de persona era.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Querida Zain
Estoy pensando como continuar, dejando que la historia fluya, espero q cuando termine de subir todo lo que ya leiste pueda empezar a subir lo nuevo.

Haan y Magda (2º fragmento)

—Sonríe.

—¿Por qué?

—Quiero hacerte una foto —sacó la cámara de su mochila.

Magda ladeó la cabeza, entornó los ojos y sonrió. Haan se quedó quieto, mirándola a través del objetivo de la cámara. Parecía sumamente tímida con aquel mechón de su pelo cayendo sobre su hombro, aquella pequeña oreja que asomaba entre el cabello, sus labios sonrosados, algo pálidos. Los ojos radiantes, brillantes. Intentaba taparse con la mano, el sol le daba completamente en los ojos.

—No sonríes.

—Tú tampoco —Magda estaba demasiado cansada para sonreír. No podía evitarlo. No había dormido nada. Estaba terriblemente agotada tras su pequeña excursión por Shangai. Y ahora caminaba por la antigua Concesión Francesa junto a Haan—. ¿Crees que vas a olvidarme?

—“Algún día te irás. Y puede que olvide tu cara. No quiero hacerlo. Quiero tener algo que me la recuerde siempre. Hasta el último momento” —pensó. Pero no dijo nada. No quería asustarla. Sólo sonrió—: He tenido muchas amantes. Podría confundirte con otra —añadió burlón.
—Odiaría que me olvidaras.

—¿Crees que olvidaría tus fantásticas piernas? Podría olvidarlo todo, pero recordaría hasta el último centímetro de la piel que cubren tus piernas.

—Exageras.

—Tienes razón. Quizás no sean fantásticas. Quizás sólo sean maravillosas.

Magda sonrió abrumada. Haan le hizo la foto. Era increíblemente bonita cuando se sonrojaba.

martes, 6 de febrero de 2007

Haan y Magda (fragmento)

Magda estaba sentada junto a la ventana, con la cabeza apoyada sobre la ventana. Llevaba puesta las gafas para no verse deslumbrada por el sol. Y estaba silenciosa. De vez en cuando se sacudía, intentando que no se le durmiera el cuerpo. Haan tardó en darse cuenta de que en realidad no miraba el paisaje, sino que dormía. No entendía como podía dormir, y menos de una forma tan incómoda. La cabeza pegaba saltitos de vez en cuando, provocados por el traqueteo del tren. Cada vez que paraba en una estación, parecía que Magda se iba a empotrar contra el asiento vacío que tenía ante ella.

Haan no quería tocarla. No estaban solos en el compartimento. Una pareja anciana hablaba entre ellos, mientras ella tejía y él liaba laboriosamente un cigarrillo. Junto a la pareja había un hombre que también parecía dormir incómodamente y un niño pequeño dormía a su lado sobre una americana. El hombre dormido tenía una mano puesta en el borde del asiento contiguo, para evitar que el niño se cayese. Haan no les había visto entrar debía estar dormido cuando entraron. Sintió una ternura inmensa y una increíble tristeza a la vez.

—¿En qué estás pensando? —dijo una voz dulce. Haan se quedó paralizado. ¿De dónde provenía aquella voz? Le costó darse cuenta de que la voz provenía de Magda. Estaba tan quieta que no había notado que se había despertado. Tenía los ojos abiertos y miraba el paisaje a través de la ventana.

—Creí que dormías.

—Dormía —Magda se dio la vuelta y miró a Haan. No directamente a los ojos porque sabía que eso le hacía sentirse incómodo. Se sentía mejor después de haber dormido. Pero le molestaba algo el cuello—. ¿No has dormido?

—No.

—Duerme sobre mi hombro —se puso la mano sobre el hombro.

—No puedo.

Magda sonrió sin decir nada. Y volvió a cerrar los ojos. Extendió la mano y la puso sobre la mano de Haan. Haan la retiró pudoroso. No podía evitarlo. Era más fuerte que él. Todos en el compartimento dormían, incluso la pareja se había quedado dormida. Nadie les miraba. Haan acercó su mano a la de Magda. Hasta tocarla, pero sólo rozándola. Para que pareciese un roce casual. Pudo ver la sonrisa que apareció en el rostro de Magda reflejada en la ventana.

Haan no podía dormir. Su cabeza seguía indomable. Conseguía descansar. Apenas eso. Aquel viaje era tan largo, y sería tan cómodo acomodarse sobre el hombro de Magda... Cerrar los ojos... Sentir el pulso de su cuerpo... Eso le tranquilizaba. Relajaba sus músculos, hasta hacerle casi creer que dormía.

—Hemos llegado —avisó Haan poniéndose en pie. Magda llevaba un buen rato despierta. Miraba a través de la ventana.

—Shangai —murmuró Magda con los ojos bien abiertos.

—¿Cuánto tiempo llevabas despierta?

—No estoy segura. Me cuesta leer los carteles —se puso de pie de un salto y se desperezó.

—El tren se va ir con nosotros dentro —bajó las bolsas. Magda se colgó a la espalda su mochila. Y Haan cogió el resto— ¡Vamos!

—Le había cogido cariño al tren—bromeó Magda.

domingo, 4 de febrero de 2007

Empezando

Ya sé que queda feo señalar y acusar a alguien, pero la culpa la tiene Zain por darme ideas incendiarias...

Gracias, por ofrecerme esta idea como terapia...