—¿Te duele algo? —Haan tenía la cabeza de Magda sobre su pecho. Tenía los ojos abiertos, y la nariz hundida entre sus cabellos. Magda tenía los ojos abiertos. Aunque apenas veía un pedazo de su piel y parte de su propio cabello, que le tapaba la mitad de la cara—. ¿Te duele algo? —repitió Magda.
—No —se quedaron en silencio. Magda se sentía más tranquila—. ¿Quieres conocer a mis padres? —dijo Haan de repente. Acababa de ocurrírsele.
—¿Quieres que les conozca?
—Sí.
—Conozco a tu madre. Estuvo aquí hace dos días.
—No me dijo nada —murmuró.
—Lo olvidé.
—No debería aburrirte tanto —se sentía culpable—: Tenerte encerrada. Es cruel.
—Salgo. Cariño. Salgo —subió un poco la cabeza sobre el pecho de Haan.
—¿Qué haces?
—Busco tu corazón.
—Los hombres como yo no tienen corazón.
—¿Cómo tú? —se movió inquieta buscando el tranquilizador latido. Suspiró aliviada al encontrarlo—. Me gustan los hombres como tú.
—¿Cómo yo?
—Tú lo entiendes mejor que yo.
—A veces no te entiendo. Pero me encanta el sonido de tu voz —susurró. Le dio un beso en la coronilla.
—Tú siempre hablas en chino.
—Siempre que no hablo en inglés —se levantó. Deja con delicadeza la cabeza de Magda sobre el colchón. Le volvía el dolor de cabeza. Había dejado las pastillas en el bolsillo de la chaqueta. Cogió la chaqueta y revisó los bolsillos.
—¿Te duele? —Magda se incorporó en la cama.
—Sólo es un dolor de cabeza —notó la preocupación de Magda—: No es nada grave.
—Si fuera otro tipo de dolor también me dirías lo mismo.
—Sí —sacó el bote y sacó dos pastillas. Se las metió en la boca, haciéndolas caer directamente sobre su garganta. Cogió el vaso que Magda acababa de llenar con un poco de zumo que quedaba—. Vamos de compras. Me vendrá bien tomar el aire.
—Es tarde —se quejó Magda. Estaba algo cansada. No quería salir.
Haan cogió el vestido de la maleta y se lo lanzó a Magda. Magda se vistió. Como acto reflejo abrió y cerró la mano izquierda. Aun le dolía un poco. Pero no tenía ni una pequeña cicatriz. Había desparecido como si nunca hubiera estado allí.
—Tienes las manos más bonitas del mundo —dijo Haan cogiéndosela y besándosela. Se había vestido enseguida. Sacó las sandalias de Magda de la maleta y se las puso.
—¿Comemos fuera? —estaba somnolienta, era muy tarde, no le apetecía pasear.
—Hay un restaurante de comida vietnamita. ¿Quieres ir?
—Nunca sé lo que pedir —cogió el chal del respaldo de la silla y se lo puso.
—Déjame a mí.
—Siempre pides tú. Nunca sé lo que como.
—Me gusta la comida vietnamita. No puedo evitarlo —entornó los ojos y le sacó la lengua. Le encantaba verla reír.
1 comentario:
ya estás tomando envión? (cogiendo carrerilla dicen por allá)
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