sábado, 17 de febrero de 2007

En la niebla

—¿En qué piensas?

—Es la primera vez que echo de menos Londres.

—La niebla… pasará.

—Lo sé. Pero es una sensación extraña, nunca la he considerado mi ciudad. No nací en Londres, ¿lo sabías?

—Liam me lo dijo.

—Tu marido habla demasiado.

—No me dijo dónde.

—Nunca se lo dije. Nací en Paris. ¿Has estado en Paris? Una chica como tú, tan viajera y romántica tiene que conocer Paris.

—Estuve hace unos años, un par de días —sonrió Denise—: Hace diez minutos te metías conmigo.

—Discúlpame.

Denise se quedó mirando aquellos pedazos de ciudad que se dejaban ver a través de la densísima niebla. Era como si un manto gris lo cubriera todo. ¿Por qué habían discutido? No lo recordaba. Sólo veía pequeños pedacitos de luz que aparecían diseminados por el horizonte. La ciudad estaba a unos pocos kilómetros, eso le habían dicho en recepción.

Duncan se acercó a ella, olía a flores, podía ver su reflejo en los grandes ventanales, se preguntó si en un día despejado podrían verles desde fuera.

—No cambia —el tono de su voz era muy neutro, muy calculado, muy gris, muy niebla.

Duncan pasó los brazos hacia delante casi abrazando a Denise pero sin tocarla, desabrochó el cinturón, soltó el botón y bajó la cremallera del pantalón de Denise. Antes de que ella pudiera decir algo, sus dedos se introdujeron bajo la tela del pantalón y empezaron a acariciarla. Apartó con delicadeza sus bragas y metió los dedos por debajo de la fina tela acariciándola, buscando sus puntos más sensibles.

Denise se contrajo de la sorpresa al sentir dos de sus dedos hurgando completamente dentro de ella, mientras que con otro acariciaba su clítoris. Ni una palabra, ni una caricia, nada, sólo una mano tomándola de la cintura para evitar que se cayera y la otra dedicada a proporcionarle placer.

El Duncan que se reflejaba en el cristal de la ventana tenía la misma cara seria que ponía cuando hablaba de negocios, en realidad su rostro sólo cambiaba cuando se relajaba y nadie solía ser testigo de ese milagro.

Siguió acariciándola hasta que ella se corrió en su mano. En ese momento sacó la mano y se dirigió al baño.

Denise se sentó en el sofá intentando recuperar el aliento que el orgasmo brutal le había robado. Oía como Duncan se lavaba las manos en el servicio, no conseguía imaginarse que se le había pasado por la cabeza para hacer eso. Él era tan serio, tan adusto, siempre tan frío con ella…

Se levantó como pudo y se arregló la ropa. Necesitaba una ducha, necesitaba despejarse, necesitaba pensar, pero no podía entrar en el baño estando él dentro…

De pie como estaba, junto a la puerta, podía ver como Duncan se secaba las manos con la toalla. Con tranquilidad, con indolencia, como si no hubiera pasado nada especial, como si sólo se estuviese quitando una mancha de tinta.

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